Los lujos no son parte del 'cuento de hadas' de la Reina de Quito

La Reina con su mamá, Cecilia Prado. Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO

La Reina con su mamá, Cecilia Prado. Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO

Angie Vergara conduce su San Remo de 1985, aprendió mecánica para arreglarlo. Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO

La vida de la reina de Quito, Angie Vergara, no está llena de lujos. Ella no vive en un castillo sino en un conjunto, en el barrio Balcón del Valle, a un costado de la Autopista General Rumiñahui.

La vivienda de los padres de quien engalanará las fiestas de la capital es de dos pisos. En la primera planta quedan el comedor y la cocina y en la segunda hay un baño y tres dormitorios. Allá no sobran las comodidades, pero se siente calidez, además los espacios están bien distribuidos. Ella abre las puertas de cada lugar, en un gesto de sencillez y autenticidad.

En el dormitorio de la flamante Reina resaltan siete peluches y una guitarra ubicada cerca de su cama. Ella se muestra espontánea y entona canciones románticas. Los días en los que se siente melancólica es cuando más rasga las cuerdas.

Una difícil temporada fue cuando su mamá, que es auxiliar de enfermería, perdió su trabajo. Sin que nadie se lo pidiera buscó empleo como animadora de fiestas infantiles para aportar en la economía familiar. Esto sucedió cuando tenía 13 años.

El dormitorio es su espacio favorito de la casa. Además es el punto en donde se reúne la familia para actividades de ocio. "En la sala no hay mucho espacio y aquí (en su habitación) venimos a ver películas", dijo.

La Reina con su mamá, Cecilia Prado. Foto: Eduardo Terán/ EL COMERCIO

Desde el sábado 14 de noviembre del 2015, cuando fue la elección, esta casa se convirtió en un "manicomio". Periodistas, familiares, amigos, vecinos no faltan. La Reina trata de atenderlos a todos. En la casa hay ramos de flores con frases como "felicitaciones en esta etapa, que viva la Reina".

Hoy viernes 20 de noviembre había siete personas en la casa. María del Carmen Rivadeneira, una de las "hadas madrinas" de este sueño, relató parte del éxito para que su amiga se convirtiera en soberana. Ella fue la encargada de tocar puertas entre otras amigas y primas de Angie, para que le prestaran vestidos.

En la visita de este Diario sacó una tablilla con una gama de los colores que le favorecen y "proyectan su interior". Estos colores fueron usados mientras duró el certamen de belleza. Según Rivadeneira, esto atrajo las miradas de los jueces y de las cámaras.

La vida de Angie Vergara se adapta para soportar el peso de la corona. Desde las 05:00 se levanta, toma uno de los 20 vestidos de su armario (algunos son prestados) y se calza zapatos (tiene unos 15 pares, también prestados), para acudir a extenuantes jornadas. Desayuna y sale.

En la puerta la espera Rita Salazar, quien se encarga de su agenda y es llamada la ‘chaperona’. También cuenta con una persona a cargo de su seguridad. Durante el día asiste a actividades públicas, medios de comunicación, reuniones y a las 22:00 regresa a casa.

En el barrio, ella es una figura reconocida. La vecina Paty, dueña de una tienda, comentó que “la niña no ha cambiado”. ¿Cómo es? “Es suavecita (en el trato), ahora no se la ve mucho, pero cuando viene nos saluda”. Sus amigos de la Universidad Central tienen el mismo concepto. El jueves fue a la Facultad de Ciencias Administrativas y recibió un reconocimiento de manos del rector Fernando Sempértegui.

El que podría ser llamado el carruaje de Angie es un "clásico". El carro es un Chevrolet San Remo de 1985. Lo compró para acudir a los eventos infantiles. Ella se puso como meta adquirir un medio de transporte y ahorró USD 2 000.

Aprendió de mecánica debido a que por la edad del automotor tenía fallas. “Un día se detuvo en la Simón Bolívar. Llamé a mi papá para que me diga qué hacer y me tocó meter mano en las bujías”.

El carro, de motor 1 600, es perfecto para transitar por la calle Capitán Guido Urbina que es la única vía que llega a su casa. El asfalto desapareció en ciertos tramos y en otros hay huecos que podrían romper amortiguadores.

En la casa, la hermana de Angie, Mishell, está pendiente de lo que hace la Reina. La acompaña a las sesiones de fotos. La mira con ojos de orgullo mientras habla. “Mi hermana no ha cambiado”, apunta tajante.

Recuerda que la soberana siempre estuvo interesada en las finanzas. “Cuando éramos niñas jugábamos con las muñecas a ser las directivas de una empresa”. También resalta la actitud de su ñaña. “Yo no era buena para el básquetbol y ella me decía: ‘dale, tú puedes, yo confío en ti’”.

La madre, Cecilia Prado, resalta la inteligencia de su hija. En la sala de la casa están colgados cuadros en los que se muestra su historial académico sobresaliente y los cursos que ha tenido la quiteña, de 22 años, que ahora busca profundizar el trabajo social y cumplir con el proyecto de bajar el índice de acoso hacia las mujeres en el transporte público.

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