La libertad es inherente a la conciencia; es el dúo inseparable del pensamiento, por lo tanto su esencia es inmortal. Aun cuando el ser material pueda estar privado de ella, el ser espiritual e intelectual seguirá gozando de la libertad más pura que es la que practicamos en aquel espacio que llamamos intimidad. No se puede entender ningún adelanto en el conocimiento humano que no haya sido el producto del ejercicio del libre albedrío. En este sentido, la libertad constituye una fuerza de la evolución del pensamiento universal. Si la libertad es cometa al viento, la ética debería siempre ser la cuerda que guíe su vuelo: sin practicar una ética positiva -donde prime el respeto por las libertades de los demás- es fácil perder la propia, para convertirnos en esclavos de nuestra conciencia. En mi trabajo siento libertad absoluta de crear, inventar e imaginar. Como muchos de los que estamos involucrados en ciencia, soy un privilegiado por tener este espacio para mi ejercicio intelectual.