Han pasado diez años de un gobierno que ha girado alrededor de una figura de una gran potencia política como la de Rafael Correa. Sin embargo, el esquema de poder construido a la sombra de la bonanza petrolera viene dando señales de agotamiento. Al tomar la posta, Lenín Moreno -a quien los datos oficiales colocan como el triunfador de la contienda- enfrentará el grave reto de tomar distancia y de demostrar que no es Rafael Correa…
Al menos en el aspecto declamativo, los representantes del oficialismo han tenido una posición clara alrededor de los resultados de la segunda vuelta: se trata de un momento político distinto y hay que dialogar. El propio Lenín Moreno entró a la arena electoral el año pasado declarando que había que entender el momento político distinto y el cambio de época.
Pero pasar de las palabras a la práctica comporta grandes dificultades. Para empezar, las tendencias al interior del movimiento oficialista tienen que acompasar el paso y redefinir la estructura interna. Es impensable que Moreno pueda trabajar si no se le da aire fresco con la restructuración del buró político y no se le da libertad para integrar su equipo de trabajo.
Se entiende que Moreno y los asambleístas de AP que actuarán en el próximo período presidencial, reivindiquen un proyecto colectivo, pero de la redefinición del esquema de poder al interior de AP dependerá que pueda cumplir sus promesas de reformas puntuales y de diálogo.
Es cierto que el movimiento oficialista cuenta con 74 de los 137 escaños de la próxima Asamblea Nacional, y que probablemente Moreno no requiera de una mayoría calificada para reformas estructurales, pero AP debe tomar conciencia de que necesita apoyar a Moreno para que pueda mostrar que puede ir más allá de un simple cambio de estilo. Esto no le será suficiente.
En materia económica, la mayor reforma planteada es lo que él llama el reperfilamiento de la deuda pública. Pero es evidente que deberá haber ajustes en el gasto público y que es obligatorio completar el ofrecido cambio de matriz productiva. La generación de empleo y las prestaciones sociales deben sustentarse en la generación de riqueza y no en más deuda.
Como motivador, Moreno sabe que nadie puede obtener resultados diferentes si repite los mismos esquemas, y que esta constatación puede aplicarse a escala institucional y gubernamental. El gran reto es salir del actual entrampamiento económico y buscar nuevas alternativas.
Ello implica rodearse de un equipo económico que sea capaz de responder a motivaciones distintas a concentrarse en conseguir créditos y liquidez. El replanteamiento de la gestión económica y financiera, sin lugar a dudas, está en el eje del tan reconocido cambio de época.
El gasto administrativo también pudiera reducirse si se revisa a conciencia el esquema vigente de asesorías en todos los niveles de la administración pública, que según algunos cálculos supera con creces los USD 1 000 millones.
Igualmente, la reorientación en el gasto destinado a la comunicación y a la propaganda, que implican no solo mantener las instancias creadas con ese fin sino a canales incautados que se ofreció vender.
Lo más importante, quizás, sea marcar diferencias en la relación con la sociedad civil y con quienes tienen planteamientos en los distintos ámbitos de la vida nacional. Considerar enemigo a quien no está con uno es un esquema disfuncional en este momento, cuando hay un país polarizado con visiones equidistantes.
No se sabe, por ejemplo, qué pasará con aquella rendición de cuentas unidireccional en la que se convirtieron los enlaces ciudadanos, y cómo será la relación con los periodistas en su calidad de mediadores entre la sociedad y el poder, como sucede en las sociedades democráticas.
Moreno indudablemente tiene espacios para marcar diferencias importantes con Correa, y a la vez tiene una serie de exigencias de un país tensionado y que espera respuestas económicas y políticas, aparte de las ofertas en materia social.
En suma, Moreno tiene el grave reto de forjarse su propio destino como Presidente de la República en tiempos difíciles y harto distintos a los inicios de la llamada ‘revolución ciudadana’. Con todo lo que esto implica para bien y para mal, Moreno debe estar consciente de que no es Correa, pero además debe demostrarlo.