El Teatro Nacional Sucre (en la Guayaquil y Manabí) fue construido desde 1879. Se trató de una iniciativa de Marieta de Veintimilla, ‘La Generalita’. Fotos: Galo Paguay / EL COMERCIO
En tiempos en los que el respeto a los derechos de las mujeres era un sueño de difícil acceso y sus labores estaban reservadas para el hogar, hubo varias luchadoras que rompieron los esquemas desde inicios del siglo XIX hasta que se acercaba el fin del siglo XX.
En un recorrido por el Centro Histórico, el investigador de historia Héctor Molina López hizo un recuento de la huella aún visible que dejaron Rosa Montúfar, Marieta de Veintimilla, Avelina Lasso y María Augusta Urrutia en la política, la cultura y el desarrollo social y urbanístico de Quito.
Un hilo sanguíneo une a dos generaciones distantes en el tiempo, pero cercanas en su amor por la ciudad y su gente. Urrutia se entregó “en plata y persona” al Quito libre, que heredaron numerosos personajes claves de la independencia, entre ellos su tatarabuela, Rosa Montúfar, la única hija mujer de Juan Pío Montúfar marqués de Selva Alegre.
Rosa Montúfar, junto con su amiga María Ontaneda, se ocupó de ayudar a sus familiares y coidearios cuando cayeron presos por las revueltas independentistas de 1809. También acogió en su hacienda a Antonio José de Sucre.
Gran parte de la fortuna de los Montúfar recayó en manos de su tataranieta María Augusta, quien regaló a la ciudad espacios para que su gente pudiera habitar, educarse, cultivar la fe, alimentarse y recrearse.
Verónica Mora, directora de la Casa-Museo María Augusta Urrutia, cuenta que una de las principales aspiraciones de esta mujer, que falleció el 5 de diciembre de 1987, era ofrecer un techo digno a los quiteños.
Su primer intento fue hacer un gran proyecto de vivienda social en una de sus grandes haciendas, La Granja. Pero en 1939, cuando se empezó a construir lo que ahora es una urbanización, ya había ordenanzas municipales que destinaban esa zona como un centro económico y de comercio de Quito. Por ello decidió vender las viviendas a profesionales y gente de ingresos medios.
Las ganancias de La Granja fueron la base para que luego la hacienda Solanda se convirtiera en un área de vivienda popular. Esas tierras provenían de la herencia que recibió de su esposo, Alfredo Escudero, descendiente de los marqueses de Solanda, con quien mantuvo un matrimonio de 10 años.
La Fundación Mariana de Jesús fue y aún es la principal ejecutora de la obra social de Urrutia. La semilla empezó con un comedor infantil que mantuvo en la que ahora es la Casa Museo, en la García Moreno y Sucre. Al principio, en 1932, alimentaba a 30 niños al día y luego superó los 100.
Según Mora, al Museo aún suelen llegar profesionales ansiosos por conocer los rincones en los que habitaba la mujer que les ofreció comida cuando eran pequeños y luego becas para convertirse en profesionales, que dieron un futuro mejor a sus familias.
Más huellas del espíritu filantrópico de Urrutia están en el Colegio San Gabriel, la iglesia La Dolorosa y el parque La Carolina. Estos formaban parte de las haciendas Rumipamba y La Carolina, de las que la mujer se desprendió para dejárselas a los quiteños.
El aporte de Avelina Lasso fue más bien político. Según el investigador López, ella no solía intervenir en los asuntos del presidente Leonidas Plaza, pero la unión entre ambos significó la reconciliación entre los liberales radicales -a los que él representaba- con la clase terrateniente y conservadora de la Sierra -de la que venía ella-. “Su influencia fue dentro de la casa, porque fue un punto de quiebre e inició la transición al liberalismo moderado”, dice.
Pero en el ámbito político, la sobrina del presidente Ignacio de Veintimilla fue más fuerte. López explica que a ella la llamaban ‘La Generalita’, porque era conocida por hacerse responsable de la Presidencia del país durante los constantes viajes de su tío a la Costa. Ahora ella es vista como un referente histórico para el feminismo en el país, sobre todo por su desempeño como Primera Dama entre 1878 y 1883.
¿Quién no ha disfrutado de la belleza de la fachada y los interiores del Teatro Sucre? Ese majestuoso edificio del Centro Histórico existe porque Veintimilla lo mandó construir. Los jardines del parque La Alameda también son una herencia de esta influyente mujer.
Aunque en donde estaba el patio donde ella paseaba o recibía visitas ahora hay una piscina, la casa en la que ella vivía en la Benalcázar conserva aún la fachada. Su actual dueña, Mery Haro, vive orgullosa de habitar este lugar donde se gestó parte de la historia del país.