La laguna Limpiopungo embellece al Cotopaxi

Redacción Sociedad 

El silencio no reina. El viento no lo deja a 3 850 metros sobre el nivel del mar, en la laguna de Limpiopungo, en el Parque Nacional Cotopaxi. Es más que un soplido acompañado de una corriente fría, pues la vibración del aire en el oído resulta casi  musical.

Un vecino del lugar, Luis Fernando Quindigalli, de 36 años, está habituado a zambullirse en los ventarrones, propios de los poblados que el volcán Cotopaxi bendice. Lo hace provisto de un abrigado poncho rojo. Nació en Tigua, comunidad de la parroquia Guangaje, en Cotopaxi.  

Empieza la caminata por el sendero de Limpiopungo. “Puerta o lugar limpio”, libre de cenizas, lahares y rocas volcánicas, apunta Jorge Pérez, director ejecutivo de Fundación Páramo.

El recorrido de menos de 2 kilómetros se puede completar a pie o en bicicleta. No se admiten vehículos motorizados. Pero los autos pueden llegar hasta casi el borde del sendero, adecuado por The Nature Conservancy, que entregó USD 28 240 a Fundación Páramo. La donación sirvió para limpiar el camino y ubicar letreros informativos en la zona.

“Los turistas norteamericanos permanecen parados, miran el paisaje y disfrutan de la naturaleza  sin el ruido de la ciudad”, relata Roberto Aguilar, de la agencia Turismo y Aventura. Carlos Ordóñez, su compañero, sugiere visitar el parque y la laguna, un sitio de aventura suave, que permite hacer un viaje de un solo día.  Y mirar plantas, caballos salvajes y aves.

La señalética del sendero indica que hay al menos ocho especies de aves acuáticas y migratorias. El Playero, el huidizo Focha Andina, Curiquingue y las gaviotas... 

Quindigalli no se guarda los secretos del páramo. “Esa es la flor del amor”, dice y apunta a una especie que cubre la uña de un dedo, de pétalos blancos y un centro amarillo. “Si tienes un problema con tu novio, la plantita te avisa si él te quiere abriéndose como una sonrisa”. No es la única que colorea Limpiopungo.

También está la chuquiragua, que en infusión quita el dolor de barriga; y una matita sin nombre, que al refregar trae la fragancia del chocolate. 

El paisaje es ideal para quien gusta de la fotografía. La toma se embellece con la laguna y su sendero, que  se cruza entre flores coloridas como la genciana (lila) y la abundante paja. Y además el señorial Cotopaxi (volcán activo de 5 897 m), que le pone el toque de película al lugar. Y otras elevaciones como el Rumiñahui. “Very beautiful” (muy hermoso), exclama Patrick Koch, un alemán, solo mirando la foto.

Aguilar recuerda que los turistas, en especial los adultos mayores, sienten que cumplen un récord cuando llegan a la laguna. Estar en esa altitud y en un páramo que “es un colchón de agua, que de mantenerse dotará de agua fresca al planeta, les alegra”.

“Ver la montaña (Cotopaxi) frente a la laguna es espectacular”, concluye Roberto Toapanta, de 32 años. Vive en la llamada zona de amortiguamiento del volcán y lleva cinco años trabajando en esta área protegida.

Recomienda aprovechar la nueva infraestructura que las organizaciones conservacionistas colocaron en la ruta. “Dar un paseo, observas las especies endémicas, fuertes como la resistente chuquiragua que crece en medio del viento helado, a esa altitud”. Su voz casi se pierde con los silbidos y hasta chiflidos del viento. 

Él y otros guías dicen que en la zona de la laguna hay mucha energía guardada, de los indígenas que no permitieron que este lugar sagrado sea cubierto por lava, rocas del volcán. Así se mantiene la grandeza de Limpiopungo. 

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