Parece broma, pero resulta que se necesitó la infinita terquedad de la revolución ciudadana para poner en apuros a uno de los puntos principales de la teoría keynesiana: el multiplicador fiscal.
La idea de ese multiplicador es sencilla. Supongamos que un gobierno aumenta su gasto en USD 1 000 y con eso paga una obra pública. Obviamente ese dinero no se pierde, sino que se queda en la economía. Con esa plata, el constructor paga a sus obreros y también se queda con una cierta ganancia. El dinero que reciben los obreros y el constructor tampoco se pierde. Con él, los trabajadores y su jefe comprarán alimentos, ropa o educación, por ejemplo. El dinero gastado en esa compras también queda en el sistema, generando más y más producción.
Al final, la producción del país no sólo crecerá en la obra pública de USD 1000, sino que la demanda de alimentos, ropa y educación también crecerá, al igual que crecerán los sectores en que gasten las personas que venden alimentos, ropa o educación. Esto es lo que se llama el ‘multiplicador fiscal’, la proporción en la que el gasto público hace crecer la economía de un país.
Hay estudios que dicen que en los Estados Unidos un aumento de un dólar del gasto público puede llegar a aumentar la producción en USD1,7 a 1,9.
Si las cosas son así, el aumento del gasto está justificado, sobre todo en el momento de una crisis, porque va a producir un crecimiento mayor en la producción del país.
En el Ecuador, donde la sabiduría de la revolución ciudadana nos ilumina cada día (especialmente en los apagones), el multiplicador resulta que ha sido menor a uno. Durante el año pasado, el gasto del sector público aumentó en USD 8910 millones, mientras que el PIB creció en USD 8897 millones. Si bien la diferencia no es mucha, es relevante que el crecimiento de la producción es menor al aumento del gasto público.
¿Qué hizo mal la revolución ciudadana para lograr que uno de los pilares de la teoría keynesiana no funcione en nuestro país? Pues muy sencillo: fustigó a tantas empresas (petroleras, mineras, bancos, medios de comunicación, telefónicas), hizo tantos anuncios que asustaron a los inversionistas (reforma agraria, salida del Ciadi) e implementó tantas políticas que desincentivaron la producción (prohibir la contratación por horas, prohibir la exportación de arroz, abrir la importación de maíz) que los productores dejaron de producir.
Como dejaron de producir, la única manera de cubrir la creciente demanda de cosas (porque el Gobierno seguía gastando) fue importar e importar. En otras palabras, el gasto del Gobierno se nos fue en las importaciones.
Ni al pobre Keynes se le podía ocurrir que un gobierno aplique sus teorías mientras ataca a los productores. Esa no era la idea.