Karina Núñez: ‘El cáncer ya no es igual a muerte, se controla’

El cáncer que más afecta a hombres es el de estómago y de próstata. En las mujeres, el de cuello de útero y de mama. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO

El cáncer que más afecta a hombres es el de estómago y de próstata. En las mujeres, el de cuello de útero y de mama. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO

"Mis pacientes no solo me preguntan si van a morir sino cuánto tiempo les queda de vida", cuenta Núñez. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO

En el área de Oncología, del Andrade Marín, Karina Núñez trata a pacientes con tumores malignos. Contó su experiencia a EL COMERCIO por motivo del Día Mundial contra el Cáncer que es el 4 de febrero.

Mis pacientes no solo me preguntan si van a morir sino cuánto tiempo les queda de vida. Intento explicarles, sin palabras técnicas, que el cáncer ya no es igual a muerte. Si se diagnostica a tiempo y el tumor es aún chico, se puede controlar con quimios. El mal, para desarrollarse, necesita unos cinco años, no meses.

Cumplí 38 años y llevo 10 como oncóloga en el Hospital Andrade Marín, del IESS. Así que en mi mente conservo muchas historias.

Unas terminan con la tristeza de la familia, pero otras avanzan bien. Mantenemos a los pacientes con controles de cinco a siete años. El segundo y el quinto, después del tratamiento, es el período en el que el cáncer puede regresar.

Depende mucho de la personalidad de quien recibe la noticia de que su biopsia indica que el tumor es maligno.

Unos me aseguran muy animados que van a luchar. Otros me hacen sentir mal cuando me comunican que no quieren hacer nada. Dicen que de algo tenían que morir. No depende de su edad sino de su actitud, y de si tienen apoyo familiar.

A un paciente de 93 años se le desarrolló un linfoma (que afecta al sistema inmunitario) y siempre venía con su terno a sus sesiones de quimioterapia. Salió recuperado. Años después falleció por una neumonía y no por su cáncer.

Un hombre de 30 años, casado y con hijos, llegó con un cáncer al testículo, muy agresivo. Ya tenía masas (tumores) en el cuello, abdomen e ingles. La metástasis hizo que se expandiera al cerebro. Murió.

En su caso, se me hizo muy difícil decirle que su tratamiento no sería curativo. Vino con un cáncer avanzado. Su pareja, como otras que he visto, sentía más ansiedad y desesperación que él. Así que en la consulta hablaba con los dos, con ayuda psicológica.

Una persona con diagnóstico de cáncer busca salidas. Algunas han visitado ya a varios médicos en consultorios privados y cuando confirman su situación piden que sigamos con el tratamiento en el IESS.

También pasa que se dejan llevar por creencias culturales. Unos beben aguas naturales, veneno de alacrán o aceites que traen de Cuba.

No les podemos pedir que no lo hagan, quieren agotar todos los recursos en busca de sanar. Pero les sugiero que me cuenten qué más ingieren. Algunos toman pastillas naturales que afectan a su riñón. Los entiendo, pero en muchas ocasiones son engañados.

Mi esposo es neurólogo, así que en casa siempre conversamos de nuestros casos. Mis hijos, de 7 y 4 años, nos escuchan y se enteran de mis preocupaciones.

El cáncer, les he contado, es multifactorial, por eso no hay cura específica. Puede adquirirse por genética, si un pariente lo tenía; pero pesan los estilos de vida poco saludables: alimentación, alcoholismo, tabaco, vida sedentaria.

Un problema es que hombres y mujeres no acuden a citas de prevención con sus médicos generales y a sus urólogos y ginecólogos, que podrían ayudarnos a detectar algo extraño a tiempo.

El cáncer que más afecta a hombres es el de estómago y de próstata. En las mujeres, el de cuello de útero y de mama.

Somos profesionales, pero no dejan de afectarnos las historias de quienes tratamos. Un médico vino con cáncer al pulmón y no superó la enfermedad, con 45 años. Una enfermera, afectada en su ovario, pidió que sus hijos me entregaran un pantalón y una blusa que había comprado para ella.

Muchas historias están en la cabeza de los oncólogos. Muchas buenas, aunque por el dolor, una recuerda las más tristes. A veces golpean a mi puerta y me dicen: ‘Gracias, doctora, me siento mejor’.

A una paciente que superó un cáncer al útero la controlé algunos años. Y un día me asusté porque su Beta HCG empezó a elevarse. Es un marcador de la enfermedad y ya habían pasado cinco años desde que recibió su última quimioterapia. Con el eco descubrimos que estaba embarazada. ¡Gran noticia!”.

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