Cinco años y medio sin pistas claras de Juliana, desaparecida en Quito

El jueves 18 de enero del 2018, los padres de Juliana estuvieron en la Biloxi, donde la joven desapareció hace cinco años. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.

El jueves 18 de enero del 2018, los padres de Juliana estuvieron en la Biloxi, donde la joven desapareció hace cinco años. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.

El jueves 18 de enero del 2018, los padres de Juliana estuvieron en la Biloxi, donde la joven desapareció hace cinco años. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.

El dormitorio de Juliana está intacto. Su ropa permanece en el clóset, su computadora sigue sobre una pequeña mesa y sus peluches adornan una esquina. Las fotos también reposan en un velador y sus libros de religión están guardados en un pequeño cajón.

Desde que desapareció, en julio del 2012, nadie ha dormido en su cama. Cada 15 días, su madre Elizabeth Rodríguez cambia las sábanas y las cobijas. Todas sus cosas están en orden, tal como las dejó Juliana hace cinco años y medio.

Su madre no olvida el último abrazo y beso que le dio su hija. Sucedió cerca a una gasolinera de la Biloxi, en el sur de Quito.

El jueves (18 de enero del 2018), desde ese lugar, la madre recordó los momentos previos a la desaparición de su hija. Eran las 08:00 de un sábado cuando las dos salieron de su casa, ubicada a pocas cuadras de la estación de servicio.

Caminaron y conversaron cerca de 10 minutos. Juliana iba a su negocio de productos naturales, que funcionaba en la Ajaví, otro barrio del sur. Antes de despedirse le dijo a su madre que se sentía cansada, que tenía ganas de ir a un parque con muchos árboles y que quería recostarse sobre el césped.

La mamá le preguntó por qué decía esas cosas. No contestó y se marchó. Desde la gasolinera, Juliana debía caminar solo cinco cuadras, pero nunca llegó al local. En ese trayecto desapareció y hasta ahora no se conoce qué pasó con la joven de 19 años. Desde entonces, su madre ha viajado de ciudad en ciudad buscándola.

Ha pegado su fotografía en paredes, postes, locales comerciales y en las entradas de los retenes policiales.

En la Fiscalía pasa horas enteras. El expediente de desaparición ya tiene 7 100 hojas. 12 investigadores han conocido su caso, pero hasta ahora la familia no tiene respuestas.

Tampoco han podido conocer ni acceder a los documentos judiciales. La respuesta que reciben siempre es que “se encuentran bajo reserva”.

Lo único que se sabe de esos papeles es lo que en el 2015 pudo obtener Inredh, una organización de derechos humanos, que elaboró un informe sobre personas desaparecidas.

Entre esos documentos aparece un peritaje que la Policía hizo a la computadora de un pastor que dirigía la iglesia evangélica a la que iba Juliana.

Ese estudio dice que el último mensaje que la joven escribió en Facebook lo hizo desde la computadora del religioso.

Para entonces, los papás ya habían reportado la desaparición y la mamá sabía de la existencia de ese pastor.

Un mes y medio antes, Juliana estaba asustada por lo que él le había comentado.

Le dijo que “a través de un sueño, Dios le reveló que debía casarse con su hermano”.

Eso no le gustó y se alejó de la iglesia a la que había asistido 10 años, luego de que su mamá se separara de su padre, Absalón Campoverde.

Pero otro pastor comenzó a escribirle al Facebook y también le dijo que debía casarse.

Ahora, estos religiosos están mencionados en el expediente fiscal, aunque no hay cargo alguno en contra de ellos.

El vierne s 19 de enero este Diario habló con uno de ellos y dijo que no tienen relación con la desaparición de la joven, que no hay prueba alguna que los incrimine y que jamás dijo que debía casarse con su hermano. “Han pasado 12 fiscales, nos han investigado, somos gente de bien y aquí estamos”.

Pero para el padre de Juliana, los hechos deben esclarecerse y por eso pide a la Fiscalía que agilite las indagaciones.

El jueves, Campoverde también fue a la bomba de gasolina de la Biloxi. Con una foto de Juliana recordó que durante estos cinco años y medio la ha buscado en provincias. Por ejemplo, estuvo en Zamora, en donde vive desde hace 15 años.

Ahora es asambleísta y preside la comisión ocasional que investiga las desapariciones de personas en el país. Cuenta que llegó a la Asamblea para trabajar por su provincia y para descubrir lo que pasó con su hija. Hasta ahora, él tampoco ha podido acceder al expediente de la investigación.

La fiscal Mayra Soria indaga el caso desde noviembre. No puede hablar de la investigación, pues está en indagación previa. Sin embargo, asegura que en los próximos días ordenará nuevas diligencias y que estas podrían servir para formular cargos en el futuro.

Eso también quiere la madre de Juliana. Ella aún tiene esperanza de que la joven regrese.

Su hermano menor también lo desea. Él tiene 21 años y acompaña a su madre a plantones o reuniones para pedir agilidad en la investigación.

Al principio, él no quería salir de su habitación. Pasó por una depresión, pues extrañaba a su hermana mayor.

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