Jueza que condenó a Ríos Montt en Guatemala vive con el estigma pero sin miedo

Jazmín Barrios

Jazmín Barrios

La jueza Jazmín Barrios, cuando salía de la sede de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en San José, Costa Rica. Foto: AFP

Jazmín Barrios tiene un hilo de voz que parece estar a punto de romperse. Pero el 10 de mayo de 2013 resonó, contundente, cuando condenó a 80 años de prisión al exdictador guatemalteco Efraín Ríos Montt por genocidio. La tenaz jueza dice no conocer el miedo.

De sobrio traje azul y blusa de cuello alto, Barrios, que disimula su baja estatura en unos zapatos negros de tacón, afirma en entrevista en San José que, aunque el histórico fallo fue anulado diez días después, el sistema de justicia de su país -de extendida impunidad- creció.

“Cuando un árbol se poda sigue creciendo. Se fortaleció el sistema de justicia, creció a pesar de la anulación. Independencia judicial: poder juzgar con libertad, independientemente de personas y del contexto”, dice en una cafetería cercana a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, adonde llegó a apoyar a cuatro jueces destituidos en Honduras por rechazar el golpe de Estado de 2009.

Ríos Montt, de 88 años, tiene seguidores y detractores, y el sonado juicio, cubierto por cientos de periodistas durante dos meses, reabrió las heridas de la guerra que desangró a Guatemala entre 1960 y 1996, con unos 200 000 muertos y desaparecidos.

¡Simplemente juez!

Barrios debió usar discretamente un chaleco antibalas varios días, mientras, como presidenta del Tribunal Primera A de Mayor Riesgo, dirigía las audiencias. La defensa la acusó de parcializada y de abuso de autoridad, y presentó una avalancha de recursos en su contra.

“Estaban tratando de presionarnos y violando nuestra independencia judicial (...) Fuimos objeto de un ataque mediático a gran nivel, para que la atención se centrara en los jueces y no en los acusados”, consideró.

Seguidores de los militares, empresarios y políticos de derecha la acusaron de vínculos con la izquierda y algunos la criticaron hasta por la forma de vestir o llevar su cabello ensortijado.

“No me pueden acreditar ni derecha ni izquierda, ni ningún color. Soy simplemente juez. Nunca he tocado un arma ni militado en política. Cómo me visto o peino es intrascendente, lo importante es el conocimiento jurídico, mis estudios y la capacidad para tomar decisiones de esta naturaleza”, destacó.

Entre nutridos aplausos, los flash de las cámaras y el llanto de decenas de indígenas que abarrotaron la sala de juicios, Barrios declaró al exdictador culpable de la matanza de 1 771 miembros de la etnia Ixil-maya, ocurrida en el norte de Guatemala durante su gobierno de facto, entre marzo de 1982 y agosto de 1983.

“Cumplimos con nuestro deber. Siempre he sentido alta responsabilidad por mi trabajo (...) Nos estigmatizaron, pero es una cosa sencilla: aquí había suficientes pruebas, más de 100 testigos, peritajes de alto nivel... y lo condenamos”, explica.

Anulada la sentencia por la Corte de Constitucionalidad, que argumentó errores de procedimiento, un nuevo juicio con otro tribunal se inició el pasado 5 de enero, pero fue suspendido tras ser acogido un amparo de la defensa contra la jueza Jeannette Valdez porque en 2004 escribió una tesis sobre genocidio.

Blanco de atentados

“¿Qué va a pasar? No lo sé”, dice Barrios cuidándose siempre de emitir algún criterio que no sea técnico. Ella insiste en que el juicio contra Ríos Montt fue uno más, pero ella no es una jueza más.

“Me ha tocado juzgar demasiados casos. Me han tratado de matar cuatro veces, he recibido muchísimas amenazas”, relata, al referirse a sus juicios contra militares y narcotraficantes.

En 2001 integró el tribunal que condenó a 20 años de prisión a tres militares y un sacerdote por el asesinato en 1998 del obispo Juan Gerardi, quien dos días antes había presentado un informe sobre atrocidades de la guerra atribuidas al Ejército.

Cinco días antes de iniciar ese juicio, dos granadas explotaron en el patio de su casa en Ciudad de Guatemala. Desde entonces, su residencia está custodiada.

“Vivo con seguridad, no tengo vida privada, si estuviéramos en Guatemala tomando este café mi seguridad estaría por ahí tomando café. Es disciplina. No lo siento horrible, acostumbrarme... jamás; adaptarme a las circunstancias, sí”, comenta.

De su vida privada se conoce poco y, sonriente, se niega a revelar su edad pero pasa los 50 años. Es de trato suave y naturaleza desconfiada.

“Si un juez trabaja, debe saber que su trabajo tiene diferentes responsabilidades. ¿Temor? No lo he experimentado, si no habría cambiado de trabajo. ¡Gracias a Dios, no!”, afirma, quizás llevándose la duda que confesó: “¿Quién le pidió que me entrevistara?”.

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