Hay una generación de ecuatorianos que está desapareciendo, pero cuya huella quedará en nuestra historia. Nacieron entre los 20 y 30 del siglo XX, en medio del tráfago de los cambios que sufrían entonces el mundo de las entreguerras y el Ecuador de la larga crisis. Y vivieron intensamente un siglo de contradicciones.
A quienes vinieron de una vertiente laica y militaron en la izquierda desde los 40 los conocemos mejor, aunque no hemos reconocido el aporte de todos a un país que les debe mucho. La literatura, la plástica, el ensayo político, la música, la educación y la seguridad social recibieron la impronta de su acción. En muchos sentidos, el Ecuador que hoy vivimos lo definieron ellos.
A quienes nacieron por los mismos años, se formaron en los dominios de la derecha católica y lucharon por el nacionalismo, en cambio, los conocemos y recordamos muy poco. Pero también hicieron, desde sus posiciones, algunos aportes a la construcción nacional del Ecuador y la identidad del país que conocemos.
Lo “normal” ha sido que los militantes de izquierda, siendo muy radicales cuestionadores del sistema en sus años mozos, con el tiempo se hubieran moderado. Algunos, incluso, se pasaron con hatos y garabatos al lado derecho, y terminaron de empleados de grandes multinacionales y hasta de panegiristas de los yanquis. Otros se mantuvieron en la línea, dando ejemplo de rectitud y consecuencia. Y, felizmente, son bastantes.
Pero se han dado pocos casos de personas que, habiendo comenzado a militar por convicciones católicas y nacionalistas en la derecha, transitaran hacia la izquierda. Esto, aparte de raro, es difícil, porque el esfuerzo para hacerlo en algunos casos debió ser poco menos que heroico.
José María Egas Ribas fue quizás el más destacado ejemplo de ese tránsito. Era un hombre coherente que vivió en medio de grandes contradicciones. Nació en un hogar católico, se formó como nacionalista, actuó como militante de derecha, abrazó luego el reformismo y por fin terminó en una postura de izquierda, que le llevó a cuestionar radicalmente el sistema en que vivimos.
Era hijo de uno de nuestros más altos poetas y tenía la sensibilidad de su padre. Estudió Leyes, pero se dedicó a la Sociología y a la Ciencia Política. Escribió mucho y publicó poco. Por años ejerció la docencia en la Universidad Católica. Y hasta sus últimos días fue lector obsesivo de las novedades en sus campos de interés.
Sería difícil encasillar su pensamiento en una corriente teórica. Pero, en cambio, es fácil definirlo como ser humano. Era un hombre íntegro, inquieto, profundamente humanista y cuestionador. Afrontó la vida, las adversidades y la enfermedad con valentía. Y nunca dejó de ser crítico, pero optimista. Así lo vamos a recordar.