Se cumplen en estos días 100 años del natalicio del Dr. Jorge Luna Yepes (1909-1989), vigoroso político quiteño, historiador, maestro de juventudes, promotor e ideólogo de Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana (ARNE), aguerrida organización que logró agrupar, a mediados del siglo XX, valiosos cuadros juveniles preocupados por la afirmación de la identidad nacional y el progreso del Ecuador, con una doctrina antipartidista de avanzada social, ni de derecha ni de izquierda, opuesta tanto al capitalismo de Estados Unidos como al colectivismo marxista de la Unión Soviética, firme defensora de la integridad del Ecuador y reacia a la cesión de territorios basada en el Protocolo de Río de Janeiro.
Aunque Velasco Ibarra y Ponce Enríquez contaron a ARNE entre sus amigos y consejeros (y también entre sus más francos y leales críticos), aquella rama del nacionalismo ecuatoriano terminó por desaparecer envuelta en los hilos de la misma partidocracia a la que combatía.
El pensamiento del Dr. Luna se caracterizó por la universalidad de conocimientos, una lógica acerada (que al ser utilizada en sus polémicas parlamentarias desarmaba y enfurecía a sus adversarios), poderoso don de análisis y síntesis a la vez, y deliberada prescindencia de adornos retóricos.
Entre los lineamientos básicos permanentes de sus concepciones doctrinarias podríamos señalar ante todo el personismo cristiano: la política, la economía, la cultura y todas las actividades, deben tener como fin el respeto a la dignidad de la persona y la vigencia de los derechos que lo asisten, por ser todos los hombres hijos del mismo Dios, causa primera y final del cosmos, único Ser Absoluto y Necesario. Una religiosidad acendrada, preocupada de ilustrar su fe, con firme adhesión a la cátedra pontificia, admiración cordial y agradecida a la Compañía de Jesús, en cuyo homenaje editó valiente libro.
El nacionalismo de Luna Yepes fue razonable exposición de antecedentes históricos evidentes, sin exacerbaciones ni depresiones: la Nación ecuatoriana existe –proclamó- y tiene un destino histórico que cumplir. Realista, se basa en la observación, el análisis y la meditación profunda sin caer en simple eclecticismo.
Al tiempo postuló un hispanismo razonado, firmemente convencido de la trascendente contribución española en nuestra historia pero sin desdeñar los aportes sustanciales de la raíz aborigen. Propugnó la toma de conciencia y proclamación de los valores positivos del mestizaje y no cejó en sus prédicas para superar tensiones, traumas, complejos y aspectos negativos producidos por la fusión de elementos distintos. A esas concepciones añadió el ideal del comunitarismo iberoamericanista, con particular énfasis en la reivindicación de los territorios hispánicos usurpados por otras potencias, en especial por Inglaterra y por Estados Unidos.