Las utopías, los grandes ideales, son imprescindibles para crear esperanza y para motivar a las personas o a los pueblos a seguir adelante, a luchar por ellas, a buscar caminos para su realización.
Una de las más importantes utopías creadas en el país en los últimos años, nacida desde los sectores ambientalistas y sociales y asumida por el actual gobierno desde 2007 es la iniciativa Yasuní – ITT: concebida como un aporte de un país pequeño para intentar girar el rumbo de la historia de la humanidad. Dejar 846 millones de barriles de crudo de petróleo en el subsuelo del Parque Nacional Yasuní, conservando su extraordinaria biodiversidad y respetando la vida de pueblos no contactados, con lo que se evitaría la emisión de 407 millones de toneladas de CO2 en un esfuerzo por controlar el catastrófico cambio climático que afecta al planeta Tierra. A cambio de esta renuncia, el Ecuador demandaba del mundo un aporte económico para compensar medianamente el esfuerzo de no explotar su petróleo.
La realización de esta propuesta abría la puerta para que el Ecuador emprenda en una nueva ruta de desarrollo, dejando de lado la vocación extractivista y dispendiosa que le ha atado a la plata fácil y al subdesarrollo y le acerque a una orientación productiva y creativa. El mundo, por su parte, tendría un referente para sumarse con acciones propias para frenar el destino hasta hoy inevitable de autodestrucción.
Todos sabemos que no basta una buena idea para que sea respaldada. Se requiere, entre otras condiciones, garantizar a quienes se sumen, entre estos a los aportantes con dinero, que los objetivos originales no cambiarán en el tiempo y que la plata será bien invertida. Entonces, la idea, la utopía, tiene que transformarse en proyecto técnica y políticamente creíble. Y así fue, gracias al compromiso del Gobierno, a través de Fander Falconí, y a la excelente gestión de la Comisión presidida por Roque Sevilla y Yolanda Kakabadse la iniciativa Yasuní – ITT logró levantar el entusiasmo de Alemania, España, Bélgica, Francia y otros países que comprometieron cientos de millones de dólares para que se haga realidad. Tras ellos sin duda vendrían otros más. La utopía podía realizarse.
El Canciller y los miembros de la Comisión renunciaron luego de las declaraciones sabatinas.
El proyecto, sin cabeza, quedó seriamente herido en su credibilidad nacional e internacional: la utopía podría morir.
Si muere, la esperanza del pueblo podría languidecer, particularmente la de los jóvenes, siendo reemplazada por desazón y luego… rechazo y bronca dirigida hacia los responsables (por acción u omisión) del fracaso.¿Quieren correr con esos costos políticos e históricos?
No hay que permitir que este proyecto muera. Hay que recuperar la credibilidad desde la iniciativa social. El Yasuní depende de ti.