Los acuerdos nucleares de las potencias con Irán pueden cambiar las cosas.
La historia de Irán en materia nuclear data de las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado cuando antes de la Revolución Islámica el Sha Mohamed Reza Palhevi, entonces aliado de Estados Unidos, empezó a desarrollar plantas de energía nuclear.
Las cosas cambiaron y con la fuerza de un líder religioso exiliado, el ayatolá Jomeini, la antigua Persia se proyectó a la revolución. La influencia de Irán emanó desde Asia a los países de Oriente Próximo. El pulso de los países islamistas con Occidente cada vez tensaba la cuerda.
Con el desate de conflictos que suscitó la Primavera Árabe, las conversaciones con Irán se profundizaron. Irán está bloqueado comercialmente y ese aislamiento impide que las inmensas reservas del petróleo fluyan e inunden mercados. Si eso ocurre el precio del crudo se volvería a derrumbar.
La idea del acuerdo es que Irán no produzca armas nucleares, que el uranio enriquecido no sea un factor de amenaza geopolítica y que la fisión de las gigantes y millonarias plantas nucleares del país persa se emplee en la generación de energía eléctrica y en la salud pública.
La influencia de Irán en la zona es innegable. Los contactos con grupos que por hoy dividen a varios países en luchas de fractura, como las llama Samuel Huntington, experto profesor de Harvard y autor del libro ‘El Choque de las Civilizaciones’, trascienden esos espacios.
Mientras Siria y su sangrienta dictadura civil luchan contra facciones rebeldes que quieren derrocar a Bashar el Assad, enfrentan otro enemigo: El Estado islámico. Esta fuerza, que intenta implantar un califato, tomó buena parte de su territorio partiendo de la ocupación parcial del debilitado Iraq.
La Liga Árabe conforma una fuerza militar, más cercana de Occidente, para defenderse del terrorismo fundamentalista.
El acuerdo nuclear con Irán puede dibujar otro escenario.