Uno de esos documentos, con valiosa información para el país, es el ‘Inventario del Colegio Máximo de Quito de la Compañía de Jesús y sus haciendas durante su secuestro el 20 de agosto de 1767’. Contiene las actas del proceso que se inició el 20 de agosto de 1767 y culminó en diciembre de ese año, que registró el escribano José Enríquez Osorio, cuando José Diguja, Coronel de los Reales Ejércitos del Rey y Presidente de la Real Audiencia, en nombre del Rey Carlos III, secuestró los bienes del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, pocos días antes de que se cumpliera la orden de expulsión de los miembros de esta comunidad de todos los territorios americanos.
No hay duda que esa expulsión afectó sensiblemente la educación existente en la Audiencia y particularmente la evangelización en la Amazonia, que fue una avanzada colonizadora y que incorporaba esa región a la vida activa de la Audiencia.
Naturalmente, considerando los valores y las condiciones históricas de aquellos tiempos, esas avanzadas católicas, evangeli-
zadoras y educativas estuvieron ligadas a los valores y las actuaciones derivados de la conquista, la colonización y la subordinación de la población indígena al dominio de una élite criolla, reforzada con el activo papel ideológico que cumplió la Iglesia Católica.
El libro contiene el decreto de expatriación, la notificación y el listado de los jesuitas, el inventario de la botica, el de la iglesia de La Compañía, la Sacristía, las Congregaciones y el edificio del Colegio Máximo, el inventario de la Procura de Provincia, el Colegio Seminario Mayor de San Luis y Rectorado de la Universidad de San Gregorio, y el inventario de las Haciendas del Colegio Máximo y del Colegio Seminario San Luis.
Con esa información, puede comprenderse el amplio sistema económico que se había creado alrededor de las haciendas jesuíticas: trapiches, trojes, ingenios, obrajes, herrerías, carpinterías, molinos, alfalfares; ganados vacuno, ovejuno; cultivos de papas, maíz, caña, cebada, trigo, para producir azúcar, carne, telas, etc., como bien destaca el mismo autor de la obra.
No solo eso. Al seguir el inventario, puede advertirse la enorme cantidad y tipo de bienes de la vida cotidiana: brocas, hachas de hierro, picos, carretas hormas, botijas, costales de diversos productos, cueros, cajas, linternas de madera, cerrojos, chapas, llaves, jeringas, alfombras, cortinas, copones, lienzos, mallas, molduras, cocinas, taburetes, sillas, mesas, escritorios, etc. Pero también está el listado de esclavos, identificados plenamente con sus respectivos nombres. Por ejemplo, una de las haciendas poseía: “cincuenta y cinco piezas de dichos esclavos de todas las edades, los treinta y cinco varones y las veinte hembras…”
El inventario de los libros no consta en esta obra sino en otra, titulada ‘Inventario de la Universidad de San Gregorio de la Compañía de Jesús durante su secuestro en 1767’, transcrita por el mismo Padre Francisco Piñas. La universidad tenía para entonces 804 volúmenes.