Olga Imbaquingo
Corresponsal en Nueva York
Jueves 25 de junio. TMZ, el blog de las celebridades, anunciaba la muerte de M. Jackson a las dos de la tarde.
Nadie le creyó. A las cinco de la tarde, los canales de TV confirmaban ese hecho y el teatro Apollo, en el corazón del Harlem negro en Nueva York, concentró a sus fans entre lágrimas, fotos, flores y música.
Bien entrada la noche, en Union Square, sorprendentemente eran los jóvenes los que llegaron hasta esa plaza a imitar sus famosos pasos de baile y hablar de su música. Si él fue el ‘Rey del Pop’ de los ochenta, ¿cómo esta nueva generación sabe de Jackson? Lo saben gracias a Internet, a sus iPods y sus celulares y a Facebook, Twitter, My Space y YouTube. No por The New York Times, no por la revista Time o cualquier otro medio de comunicación convencional.
Susan Dominus, en su editorial del The New York Times, tres días después lo reconocía así: “No estaba segura de qué lamentar primero, si la muerte del ‘Rey del Pop’ o la de los medios de comunicación de papel”. Internet, hasta hace algún tiempo extraño en la historia de la información, se había apoderado de la primicia; ayer ocurrió lo mismo. Ni siquiera la computadora hacía falta: en el iPod, en el tren, en la calle, en el bus se informaba sobre el último adiós a sus seguidores minuto a minuto. Así se enteraron de que Brooke Shields sollozó cuando contó que a Jackson le gustaba reír y que su canción favorita era Smile (Sonrisa).
También vieron que los hijos de Jackson se sumaron a cantar “We are the world, we are the children” (Nosotros somos el mundo, somos los niños), canción que Jackson hizo con Leonel Richie en favor de los niños con hambre en África.
Los canales de televisión, más los de entretenimiento y de noticias, a sabiendas de que Jackson en vida y hasta en su muerte es una fábrica para hacer dinero, desplazaron a sus periodistas estrella a cubrir la información en Los Ángeles, sin ninguna interrupción publicitaria.
El hombre que dijo que “no se pasaría la vida siendo un color” fue celebrado por la comunidad afroamericana que desde su muerte le abrió sus brazos desde todos los costados del país. Ayer se dieron cita en Harlem, Gary o Atlanta para tomarse las manos y cantar la canción del adiós: Heal the World.