Una calavera y un crucifijo acompañan a Ángel Ruiz, al animero de Penipe, en el recorrido tradicional por el pueblo. Glenda Giacometti / El Comercio
Cuando Ángel Ruiz se viste de animero, se transforma en otra persona. Deja de comunicarse con los vivos y ‘habla con los muertos’, para recordarles con sus cantos que está cerca de conmemorarse el Día de los Fieles Difuntos. Esta tradición se cumple en Penipe, un cantón situado al norte de Chimborazo, desde hace 451 años.
A sus 67 años, ‘Don Ángel’, como lo llaman en el pueblo, es reconocido por su voz gruesa y alta, de hecho, por eso su padre Teodomiro lo eligió para que le sustituyera en la responsabilidad de guiar a las ‘divinas almas del purgatorio’. “Esta tradición es generacional. A mí me enseñó mi padre, a él le enseñó su abuelo y él aprendió del hacendado con quien trabajaba en los años cuarenta, Federico Alvear, y así continúa la cadena de sabiduría”, cuenta el animero.
La tradición consiste en recorrer las 59 esquinas del pueblo llamando a las almas que penan en el purgatorio con una campana de bronce, el cráneo de una calavera, un crucifijo en el pecho y un rosario en la mano derecha. Al terminar cada cuadra repite cantando la misma oración fúnebre.
El ritual, que se cumple todos los años desde el 15 de octubre hasta el 2 de noviembre, se inicia todos los días en el mismo sitio: la puerta principal de la Iglesia de Penipe, a las 22:30. Ángel pide permiso con una oración y los vecinos salen de sus viviendas para acompañarle en el recorrido.
En 1962, las calles empedradas eran oscuras y los curiosos salían con velas encendidas para alumbrar el camino. Hoy los acompañantes recorren junto al animero con sus teléfonos, cámaras, tabletas y filmadoras.
“Me acuerdo de esta tradición desde que era niña. Era un gran acontecimiento y un acto de valentía del animero; nosotros le seguíamos hasta la esquina, él entraba solo al cementerio”, cuenta Dina Pozo, habitante del sector.
Ángel ocupó el puesto de su padre desde hace 15 años cuando su padre se enfermó. Así, aprendió a cantar duro, a nunca tener miedo de lo desconocido y a no regresar a ver, tal como lo hacen las ánimas que rondan el mundo de los vivos. “Recordad almas dormidas, rezarás un padre nuestro y un avemaría por las benditas almas del santo Purgatorio por el amor a Dios”, dice después de repicar la campana tres veces.
Al llegar al centro del Cementerio Municipal, donde se colocó una cruz de piedra, se arrodilla, se santigua y se coloca boca abajo con los brazos extendidos. “Soy el representante de las almas benditas. Así me comunico con ellas y les pido su protección divina”, explica el animero. Al salir, cuando son casi las 00:00, decenas de personas lo esperan para pedir por su intermedio, que las almas protejan a sus familias.
En fila, uno a uno, los creyentes se acercan para colocar en el bolsillo de su pecho una limosna, y para besar respetuosamente la frente de la calavera que sujeta con su brazo derecho. Después de la parada de 10 minutos, el recorrido continúa por las calles céntricas del poblado y concluye a las 02:00.
“Esta es una tradición antigua. Los abuelos nos contaban que estas plegarias de penitencia se hacen para pedir el perdón de Dios, para desagraviar y evitar caer en pecado”, cuenta Víctor Hugo López. Él reside en Quito desde hace 46 años, pero en Finados retorna a su natal Penipe, para revivir las historias que escuchó de niño.