La alfarería continúa vigente en Samborondón

Walter Vargas adquirió la habilidad de la alfarería de su padre y de su abuelo. Foto: Santiago Arcos / El Comercio.

Walter Vargas adquirió la habilidad de la alfarería de su padre y de su abuelo. Foto: Santiago Arcos / El Comercio.

Walter Vargas adquirió la habilidad de la alfarería de su padre y de su abuelo. Foto: Santiago Arcos / El Comercio.

Sus mayores clientes ya no son los habitantes del sector agrícola guayasense o los dueños de restaurantes. La producción de los tradicionales alfareros de Samborondón ahora tiene su destino en el Mercado de Flores de Guayaquil.

Los utensilios de barro, a la par que fueron desapareciendo de las ‘vajillas’ de pobladores de las zonas rurales, empezaron a ser requeridos, de manera masiva, para arreglos florales.

“No hay nada más rico que un arroz y una menestra preparados en olla de barro. Hasta el cocolón es más crocante”, comenta Luisa Andrade, una octogenaria de Samborondón.

Ella recuerda que antes en las casas se cocinaba en fogones a leña y con la aparición de la cocina de gas las vasijas fueron reemplazadas por utensilios de metal y cerámica. “Aún conservo ollas de barro para cocinar la menestra, la cazuela o un sancocho de bagre a la antigua”.

En la actualidad pocos son los alfareros como los hermanos Walter y Fernando Vargas, y Édison Vera que mantienen viva esta tradición, propia de la cultura de Samborondón.
A través de la habilidad de sus manos, este cantón -a 35 kilómetros de Guayaquil- tiene reconocimiento por esta actividad cultural ancestral.

En la calle 31 de Octubre y Rocafuerte está el taller de vasijas de barro Alfarería Vargas, en cuyo letrero despintado, sobre una pared blanca, resalta el dibujo de una tinaja.

En su interior y como hace 35 años, Walter Vargas no cesa de darle forma a los productos que elabora en mayor volumen: maceteros de varios tamaños para arreglos florales.

“Esta actividad la heredé de mi padre José Vargas y de mi abuelo, quien era un alfarero cuencano que llegó a Guayaquil y luego echó raíces en Samborondón. Uno de los mayores deseos de ambos y que no vieron hecho realidad, porque Dios se los llevó a su Reino, fue que se levantara en la ciudad un monumento al alfarero”, cuenta Walter. Casi de manera mecánica, elabora pequeñas bases para floreros, cuya fabricación no le toma más de 45 segundos cada una.

Otros dos de sus hermanos también se dedican a la misma actividad, pero en otros lares. José lo hace en Venezuela, en las afueras de Caracas; y Néstor, a la entrada de Yaguachi.

Su taller, como el de los otros alfareros de la ciudad, es un local sencillo, con piso de tierra, paredes de ladrillo. Cuenta con un torno con motor para los trabajos pequeños y uno a pedal para vasijas y ollas grandes. Con él trabajan tres personas.

Uno de los problemas que empiezan a enfrentar es que cada vez tienen que ir más lejos a buscar el lodo. “La ciudad se va extendiendo, se van construyendo urbanizaciones o los cultivos de arroz van aumentando. Entonces, no es fácil ubicar el lodo apropiado pues hay que buscarlo en un terreno virgen”, cuenta Kléber Solís, cuñado del dueño del taller.

Vargas cuenta que la principal característica que debe tener el lodo es que sea elástico. Y que en esta época de invierno, por las inundaciones, deben recopilar la materia prima en sacos para unos tres meses.

Quienes se dedican a esta actividad destacan que a la promoción turística de Samborondón se ha sumado la posibilidad de visitar las alfarerías. “Suelen venir turistas quienes son los que se llevan ollas de barro, atraídos por la diferencia de sabor de los alimentos en su cocción. También vienen delegaciones de estudiantes”, acota Solís, encargado de poner a secar al sol el producto.

Es casi mediodía de un viernes. Ni siquiera el fuerte calor levanta de su puesto a Vargas. Desde las 07:00, cuando empezó su jornada, ha hecho 420 maceteros de los 750 que suele confeccionar hasta final de la tarde. La rutina se repite de lunes a domingo, salvo el sábado por la mañana cuando viaja a Guayaquil a entregar el producto elaborado.

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