El presidente Rafael Correa en su Informe a la Nación el 24 de mayo del 2016. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
Si hay forma de nombrar lo sucedido hoy en el informe a la nación, sería mediante la terremotización de la política. Manabí, Esmeraldas, el sismo del 16 de abril hilaron las intervenciones y la puesta en escena en el proscenio del hemiciclo de la Asamblea Nacional, fondeado -para todos los gobiernos que frente a él han desfilado- por el mural de las manazas y la denuncia del “maestro”. Camisas con detalles étnicos, alfombra roja y autobombo, total se trató de una cuestión para la gala oficial.
Entre himnos, portaestandartes y marcha, la ceremonia castrense fue otra referencia para abrazar los conceptos de nación y patria; además estuvo el folclorismo confundido con la representación de la identidad. Así, el acto de esta mañana tuvo más de lo mismo con el plus del terremoto, un motivo calificado de tragedia y reconvertido en trampolín, hashtageado: #unidosecuadoresinvencible, como para que los ejércitos virtuales no olviden del actual grito de guerra.
Abogar por la unión en lugar de ejercitar la autocrítica resulta insustancial en un informe a la nación; más cuando semanas atrás la gente -esa sociedad civil- demostró más unión y más solidaridad, aunque el poder guste de disponer de una organización encabezada por él y guste, además, de mostrarlo en audiovisuales, con música de fondo: “Arriba gente buena, unidos Ecuador es invencible, arriba gente amable”.
Para leer un evento como el de hoy, el desgano puede más que la lucidez; es con desgano que se descifran los mismos símbolos, las mismas citas, las mismas proclamas, los mismos códigos -el estilo- que este Gobierno ha usado y reusado en sus múltiples manifestaciones mediáticas, sea con la brevedad del spot o la euforia de un mitin, en enlaces, cadenas, contramarchas… Ante las preguntas no respondidas, la redundancia del mensaje de propaganda y un guión -¡para cinco horas!-. Revolución y utopía, emociones ‘in crescendo’ hasta el brote lacrimoso o el abrazo efusivamente televisado en primer plano: Correa y Nayeli (la niña, la cantante de la Tejedora manabita), o sea la niñez como herramienta de comunicación política (otra vez).
Asistentes al Informe a la Nación el 24 de mayo del 2016. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
Como las emociones se transmiten mejor con arte que con discursos, bienvenida fue la música y la narración oral, el son y el histrión. Raymundo Zambrano, el Trío Pambil, los Hermanos Mera, Roosevelt Valencia, el grupo Taribi, Benjamín Vargas… Ellos en vivo, pues los presentes en las gradas, en las curules, en el palco lateral reservado para el politburó necesitaban también del entremés para amortiguar la jornada, necesitaban corear para ganarse cámara. Para quienes no estuvieron en vivo, el audiovisual entregó su dosis: tomas de los damnificados y de paisajes de la Costa y de los personeros de la Revolución Ciudadana… “Si el desafío es grande, más grande es la esperanza”.
Seguir el informe y el espectáculo que propuso quizá supone solidaridad ciega con un poder obsesionado con el pasado, con los mismos enemigos de siempre, con los “pseudo analistas”, con el “yugo del liberalismo”. Así, el informe se movió entre la fiesta y la terapia de diván; hubo danzón y confesión; hubo show y promesas; hubo congoja y sentidas barras; se necesitaba de alegría para plantear la reconstrucción, se escarbó en la memoria para intentar alguna respuesta. El populismo no puede disimularse con el velo del drama y, como el símbolo del teatro, alterna las máscaras de la comedia y la tragedia. Y aplausos para todo: para las canciones que ya resultan disciplinarias y didácticas -¡tan color de esperanza!-; para el guiño cómplice, la cifra, el señalamiento y la exclamación, por supuesto, transmitidos en directo con el valor del contrapicado: ellos arriba, en el podio e inflamados de ánimo cantante, pero dispuestos a contar detalles personales y a mentar a sus familias para mostrarse cercanos, del mismo barrio.
De los interlocutores, se puede decir que marcaron el ritmo del informe: un informe en cuatro tiempos y un bis, limitados por las fanfarrias y los vivas. Gabriela Rivadeneira –inflamada-, Rafael Correa -en tono de despedida y con la última palabra (¡hasta la victoria siempre!)-, Jorge Glas -tan máquina de lealtad-, y Sandra Naranjo -infatuada como representante de los jóvenes, ¿eh?-.
Diapositivas para legitimar la palabra, cifras que se mostraron frente a otras que se obviaron, puentes y carreteras y obra social y seguridad y -rapidito- algo de cultura. Mientras la cámara enfocaba a los ministros escogidos, nunca se detuvo en Freddy Ehlers, el secretario de la felicidad estuvo en el alegre acto con su sombrero de paja toquilla, pero pareciera que ya no empata con la semántica visual de un gobierno que aún se aúpa al grito predecible de ¡Aleeerta, aleeerta, aleeerta que camina…! La espada de Bolívar despidió a los presentes, y los de la mesa directiva, en dos tiempos, siguieron el protocolo castrense saliendo por la misma alfombra roja que los recibió horas antes.