A media mañana de un día de la semana anterior, un sujeto de color y una mujer del mismo color, irrumpieron en el dormitorio de una casa cercana a la Plaza de Toros y, con amenazas y vocabulario más que soez, acompañado de por lo menos dos golpes del asaltante al rostro de la víctima, exigían que indique dónde está la caja fuerte y cuál es la clave.
La víctima –una viuda que se acerca a los ochenta años de edad- ante los golpes mostró donde está la caja fuerte; el delincuente la elevó en sus brazos, la movió y al darse cuenta que en su interior no había objetos, decidió retirarse con lo que estaba a su alcance: un anillo de oro, billetes dólares, joyas y la tarjeta de crédito del banco.
En el piso inferior, la compañera luchaba con la empleada doméstica conminándole a lo mismo: que indique el lugar de la caja fuerte y su clave; y para obligarle le propinó tres heridas con un cuchillo.
Historias como ésta pueden relatar en miles de hogares de Quito. La delincuencia ha sentado sus reales y no hay manera de detenerla, pues si el dueño de casa o del negocio dispara y mata, la “justicia” funciona muy bien contra él juzgándole por homicidio. Obtener el permiso para usar un arma es casi imposible.
En el último tiempo está en auge la falsificación de documentos, cédulas, escrituras públicas, títulos inclusive doctorales; y los delincuentes roban de las oficinas no solo el computador sino hasta los bombillos eléctricos. Si se trata de los pasajeros en buses, no pueden ser peor tratados, pues los delincuentes operan libremente dentro de los transportes y hasta atentan contra el pudor de las mujeres. ¡Los ciudadanos estamos realmente asustados!
Jóvenes “idealistas”, al dictar la Constitución, en Montecristi, incorporaron un capítulo sobre derechos del buen vivir y proclamaron “Una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumak kawsay”. Al cabo de tres años de “buen vivir” estamos ante un panorama angustioso, pues nadie se siente seguro ni en la intimidad de su casa.
Los “idealistas” buscan remedio a la situación convocando consulta popular, que permita cambiar los jueces de la “partidocracia” (que ellos mismos los dejaron en sus cargos), con otros seguramente de su línea ideológica. ¿Esos nuevos jueces romperán el principio eterno de aplicar la ley de manera independiente e imparcial? ¿Su misión será sancionar y llenar cárceles, incluyendo a quienes no estén de acuerdo con su línea ideológica o de conducta?
Con la tal consulta, de triunfar el sí, la “nueva” justicia se formará por un trío adjunto al Ejecutivo. Como dice el Presidente de la Judicatura, serán tres personas distintas y un solo Dios verdadero. ¿Quién sería ese Dios? Adivine. Fácil. Facilísimo. No hace falta bola de cristal.