Las líneas y prioridades de política exterior trazadas por el nuevo Canciller provocan sorpresa por su enorme carga de fundamentalismo ideológico y la poca o nula definición del interés nacional. Secundando un anuncio previo de Hugo Chávez y la declaración de Cancún, el canciller Patiño ha propuesto impulsar la creación de un nuevo organismo regional que sustituya a la OEA, sin la presencia de los EE.UU., Canadá u Honduras y con la incorporación de pleno derecho de Cuba. Otro de los objetivos del nuevo Ministro será el fortalecimiento de la Alba, a expensas de la Comunidad Andina, y la construcción de fuertes vínculos con Rusia, Irán y otros países antiestadounidenses.
Es difícil justificar la exclusión de los EE.UU. y Canadá de esta nueva organización bajo argumentos lógicos y racionales. ¿Qué criterios válidos justifican esta marginación? A primera vista parecería ser que los inveterados prejuicios y complejos de cierta izquierda latinoamericana se impusieron en la decisión. Sin embargo, seríamos muy ingenuos si pensáramos que eso lo explica todo. No podemos olvidar que países como Venezuela, Brasil o México muestran apetitos de dominio regional y estarían muy contentos de manejar los foros regionales a sus anchas. Una perspectiva puramente ideológica de la dinámica regional podría convertirnos en tontos útiles de aquellas naciones.
A partir de este enfoque ideológico se comprende también que la propuesta de conformar esta nueva entidad regional pretenda excluir a Honduras pero no a Cuba. Si el argumento para desterrar a Honduras se relaciona con la necesidad de preservar la democracia y el Estado de derecho en América Latina, Cuba jamás debería ingresar por principio al “nuevo club” por su carácter totalitario y sangriento. La visión maniquea de las izquierdas coloca a Cuba, sin embargo, en el lado de los buenos donde no cuentan ni perseguidos ni asesinados. Eso explica el silencio atroz de la izquierda latinoamericana frente a la muerte del valeroso y humilde disidente cubano, Orlando Zapata y evidencia su moral gelatinosa frente al valor supremo de la vida. Se trata de un relativismo ético que opera en función del color político a los cadáveres.
Al fundar la política exterior en una ideología y guiar las acciones diplomáticas en los fundamentalismos y prejuicios que derivan de aquella, es fácil perder de vista el interés nacional e incurrir en errores que terminan aislando a los países. Por ello resulta inquietante el enfoque ideológico que el Canciller Patiño pretende dar a su gestión diplomática; encerrarse en la Alba, sacrificar intereses económicos y comerciales en nombre del Socialismo solidario y cultivar, sin beneficio de inventario, relaciones peligrosas con enemigos de Occidente, no es, ciertamente, la mejor hoja de ruta.