La cumbre de Copenhague sobre el cambio climático terminó con pena, pero ya se acerca otra fecha clave: este año, los 191 países que ratificaron el Convenio sobre Biodiversidad de Río de Janeiro, en 1992, deberían acordar una red de áreas protegidas para conservar los recursos biológicos y genéticos, utilizarlos en forma sustentable, y compartir los beneficios de su uso justo y equitativo.
Paul Ehrlich habrá errado en sus predicciones de ‘La Bomba de la Población’ (auguró que cientos de millones de personas morirían de hambre en los 80 por el crecimiento de la población), pero si los inventarios científicos son correctos, la huella de los humanos sobre la naturaleza es realmente espeluznante.
Por ejemplo, en los últimos 15 años se perdieron 6 millones de hectáreas anuales de bosques naturales, y en 1990 ya se había perdido el 50% de las praderas, sabanas y matorrales de zonas tropicales y subtropicales, y el 30% de los desiertos. La declinación de especies ronda el 40%. La proporción de coral pasó en las últimas tres dé-
cadas de 50 a 10%, y la extensión media anual de hielo marino disminuyó un 8%.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad raramente está en la agenda de los medios. O, más bien, lo hace de forma un tanto errática.
Ocurre que, aunque se la utiliza sólo para referirse a la vida silvestre y escenarios exóticos, la palabra “biodiversidad” designa a los cultivos que comemos, a los insectos que los polinizan, a las plantas que usamos como medicinas tradicionales, a las bacterias que ayudan a crear el suelo que sostiene la agricultura, a las cadenas alimentarias marinas…
Toda esa maravillosa diversidad está desapareciendo más rápido que en ninguna otra época desde la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, cuando un tercio de todas las especies desaparecieron en masa.
Productos médicos, agua limpia y alimentos nutritivos, recreación y ambiente seguro eran todas cosas que nuestros ancestros recibían gratuitamente de la naturaleza y que nosotros estamos poniendo en riesgo para nuestros descendientes.
Hoy, toda esa riqueza está erosionándose más rápido de lo que podemos imaginarnos. Es difícil sonar convincente sobre la amenaza a millones de especies si conocemos tan pocas: pensemos que la mitad de las calorías que comemos provienen de sólo tres (arroz, trigo y maíz) de las 30 000 plantas comestibles que nos ofrece la naturaleza.
Ahora que estamos de fin de semana, no vendría nada mal dedicar algunos instantes a contemplar realmente el mundo que nos rodea. Y recordar que somos parte y dependemos del inefable telar mágico de la vida…
La Nación, Argentina, GDA