Un rasgo característico del fútbol es su firme apuesta por la incorrección política: quemar tiempo cuando se va ganando no es considerado una práctica antideportiva, sino un acto de astucia futbolística. Celebrar un gol de penal igual que si hubiera sido convertido en una brillante jugada individual no es triunfalismo autocomplaciente sino algo perfectamente aceptable. Alegar las decisiones del árbitro es considerado indispensable cuando las cosas van de mal en peor para un equipo.
Desde el graderío, algunos hinchas también hacen lo suyo: le mentan la madre al árbitro incluso antes de que comience el partido (“Por si acaso”, dicen) y usan términos racistas y homófobos para referirse a algún futbolista que, según ellos, no dio la talla en determinada jugada. Tampoco es infrecuente que los jugadores se pateen o finjan lesiones; que se insulten y hasta que se escupan’
Las barras de equipos contrarios se endilgan motes que hacen referencia a su aspecto físico; se burlan de los oficios a los que supuestamente se dedican para ganarse la vida; o se acusan de simples ignorantes o de llanamente estúpidos.
Por todo aquello, que un equipo de fútbol ecuatoriano haya usado la imagen de Hitler para burlarse o criticar a otro equipo local parecería una muestra más del estilo amotinado que cultiva ese deporte de masas. Sin embargo, cuando uno recuerda quién fue Hitler y qué hizo con el fútbol alemán de su tiempo, tal vez llegue a la conclusión de que aquella broma fue excesiva.
Hitler nunca fue un futbolista o un admirador del fútbol. Cuando llegó al poder, expulsó de las ligas a todos los que no comulgaban con su credo político (prohibió los equipos asociados con el Partido Comunista, por ejemplo). Cuando se hizo dictador, Hitler prohibió la práctica del fútbol a buenos deportistas que no pudieron acreditar un linaje impecablemente ario.
Hitler militarizó el fútbol, infiltrando los equipos con miembros de la SS. El ambiente que se cultivó en aquellos círculos no fue de camaradería y deportividad, sino uno de sospecha e intriga. Con el surgimiento de la guerra, las ligas se fraccionaron porque no había gasolina para que los equipos se trasladaran a otras ciudades. Esto parroquializó aún más al fútbol alemán de aquella época y le restó competitividad. No es coincidencia que el Schalke 04 -la quintaesencia de lo germánico, según los nazis- ganara seis campeonatos casi en seguidilla durante el Tercer Reich.
El espíritu osado e irreverente del fútbol debe mantenerse, pero dentro de ciertos límites. Excesos como los comentados aquí no contribuyen a la grandeza de aquel deporte, del cual Ecuador tiene notables exponentes que no hubieran podido jugar si hubiesen vivido bajo un régimen nazi.