Las ventanas están tapiadas con cartones para que no se cuele ni una brizna de sol. En las entradas cuelgan pesadas y oscuras telas. Es una cárcel de luz.
En el interior la mayoría de cuadros no tienen marco, más bien son grandes lonas de seis metros cuadrados aproximadamente. Ninguna tiene un paisaje idílico, un bodegón o una bella modelo.
Son obras pictóricas donde se retrata el día a día de nuestras ciudades, aunque, el artista cuencano Diego Muñoz, solo ha decidido contar la parte negra de la convivencia. Esa de la que nadie quiere hablar, esa vida a la que todos le viramos la cara cuando se nos acerca.
En ‘Ishkay shunku’ se cuentan historias de violencia, de injusticia social, de política nacional, de drogas, de lo que hay en la calle, en los espacios de crónica roja, de lo que hablan a escondidas los ecuatorianos.
Precisamente esa doble cara es la que el artista demuestra con su pintura fluorescente. Entonces se llega al interior de la galería a donde no llega ni por asomo el sol. La luz amarilla de los focos ilumina una escena cotidiana: una niña corre, dos adultos conversan en un banco, una persona deambula por ahí. Luego la iluminación amarilla se apaga y se enciende una luz negra con la que se siente un poco de vértigo. Con ella, los cuadros cambian de estética y de discurso. La niña que corría ha sido ultrajada, los adultos se insultan y el caminante libra su propia batalla con su pistola. La pintura fluorescente deslumbra en la oscuridad, chilla un discurso propio. Es una realidad alterna que solo se hace visible cuando nadie ve, o nadie pretende ver.
El artista explica que es interesante el otro diálogo, la otra lectura que propone la pintura fluorescente. Cuando Muñoz se dio cuenta de las posibilidades que ofrecía esta técnica supo que debía utilizarla. Entonces experimentó con varias pinturas, y se quedó con los sprays que venden en cualquier ferretería. Pero también utiliza óleos y todo tipo de pintura. El quid está en la experimentación.
Muñoz no se ha hecho problema tampoco el momento de relatar la historia. Utiliza las palabras que se oyen en la calle, que utilizan los jóvenes para comunicarse, que utilizan los noticieros para relatar sus historias. Este recurso está ligado a que sus obras no estén enmarcadas. No pretende hacer de su obra un artículo de mercado, es más, Muñoz afirma que se sorprendería si una de estas obras se vendiera.
Pero eso no le importa al artista. Dice que trata de recuperar la mística que ha perdido la pintura: esa capacidad que tiene de no ser acallada, de servir como objeto de crítica social y de belleza espiritual.
Por eso en sus cuadros denuncia que ahora vivamos con miedo, que no podamos coger ni un taxi ni un bus, que no podamos salir a caminar con tranquilidad. Que ni en la casa ya no se pueda estar tranquilo. Es la denuncia de lo que se ve en la televisión, de saber que la vida es dura, de percibir que el ecuatoriano se tiene en baja estima… de tantas cosas que pasan.
Entonces las luces amarillas se encienden y aparece nuevamente el día a día, con su abrumadora y pesada apariencia multicolor.