El barrio Las Herrerías, ubicado al sureste de la ciudad de Cuenca, es uno de los más tradicionales de la capital de la provincia de Azuay. Allí empieza y termina la concurrida avenida Huayna Cápac y también se asientan los talleres de los herreros, artesanos capaces de fundir el hierro y crear adornos utilitarios.
Hasta esos talleres llegan a diario los clientes a comprar sus obras. Según el historiador cuencano, Claudio Malo, antiguamente a este sector llegaban los campesinos con sus caballos cargados de productos. Era el límite de la zona rural.
A lo largo de casi dos cuadras quedaban amarrados los animales en las cercas de pencos, mientras los dueños iban a vender sus productos a los mercados. Entonces se difundió en la zona el arte del forjar el metal para servir a los campesinos en la demanda de los herrajes y otros objetos para los animales.
En la actualidad, esta es una zona pintoresca con viviendas antiguas de adobe restauradas donde la familia aprovechó su condición artesanal para abrirse al turismo.
Desde los inicios, el catolicismo de los cuencanos también influyó en la inclinación de los artesanos de Las Herrerías por la elaboración de cruces que hasta ahora se colocan en el techo de las viviendas recién construidas. Cada cruz tiene diseños variados. Algunos son simples y otros están cargados de apliques.
Un ejemplo es la Cruz de la Pasión de Cristo, que tiene elementos como un corazón, martillo, cáliz y una escalera. Estos adornos se encuentran por precios desde USD 10 y la cifra aumenta de acuerdo al tamaño, los diseños y apliques especiales hasta legar a los USD 400.
El abuelo de Eduardo Gañán, de 28 años, le contó que estos eran los objetos que más elaboraban. Hasta hace unos 40 años había más de 50 herreros dedicados a ese oficio y tenían una altísima demanda. Ahora quedan menos de 10. La migración de los artesanos y el ingreso de adornos de metal de otros países incidieron para la disminución de los talleres. Quienes siguen en este oficio le apuestan a la diversidad y creatividad de productos.
Los talleres están llenos de hierros transformados en llamativas lámparas, candelabros, cruces, floreros, faroles, repisas, bisagras, aldabas, picaportes… que penden de las paredes de tapial de las viviendas y de los improvisados stands.
Humberto Guerra tiene 32 años y 17 en este oficio. Según él, al ser un barrio conocido por la forja los clientes llegan directamente a sus talleres a solicitar obras especiales. Por ejemplo, ahora él está dedicado a reciclar bicicletas y a transformarlas en elegantes adornos-floreros para los jardines o salas.
Por semana vende unas 20 bicicletas y sus precios fluctúan entre USD 20 y 80. También ofrece otros objetos como candelabros y faroles de pared. Por lo tradicional del barrio, a su taller y a la de sus compañeros llegan a diario turistas ecuatorianos y extranjeros que se interesan por conocer cómo funden y amoldan el hierro a temperaturas de sobre los 1 000 grados centígrados.
Es tan importante la visita diaria que soporta esta zona que en los últimos cinco años se han abierto múltiples bares de venta de tamales, humitas, quimbolitos, empanadas y tortillas de verde con café para su servicio. Otros lugares para visitar son la Casa de Chaguarchimbana, que data de 1870, y que en las fiestas de Cuenca abre sus puertas para la venta y exhibición de obras artesanales.