Qué hay de la libertad de los seres invisibles

Luisana Aguilar

Soy comunicadora social y debo decir que no solo en la coyuntura de esta semana, sino a largo de la historia, la única imagen posible de la defensa de la libertad de expresión es el periodista con esparadrapo en la boca.

Hablamos de “libertad de expresión” por la pugna entre el Gobierno y un canal que de “independiente”, ¡bueno!, nos quedan dudas. ¿Qué  hay de la libertad de expresión de cientos de grupos invisibles ante su lente? ¿Que pasó con la Comisión que investigaría las frecuencias de radio y televisión, otorgadas fraudulentamente?

No encuentro otra razón para revertir la frecuencia que no fuera esa. Los toros, aunque no son de mi agrado, son de un público que merece su espacio mediático, y si hablamos de  supuestos, entonces, ¿qué fue de  la sanción al canal del Estado por anunciar  anticipadamente la muerte de Febres Cordero?

Y con respecto a las radios, insisto,  ¿por qué no investigan a empresarios que tienen en sus manos hasta 10 frecuencias? ¿Cómo las obtuvieron? ¿Cómo así  un bien de servicio público es de uso exclusivo?

De nuevo vuelvo a preguntarme cuáles son los beneficios de una  democrática repartición del  espectro y me pregunto ¿cuán beneficioso hubiese sido si la comunidad de Dayuma hubiese tenido una frecuencia de radio o televisión y nos habría narrado con sus propias voces la arremetida del Ejército, en el presente Gobierno, en diciembre de 2007?

¿Cuán beneficioso sería que los estudiantes de la Facso accedieran a un medio para expresar su inconformidad con los aranceles? Pero, claro, solo es visible la toma del edificio cuando la FEUE se mete.

Si queremos continuar hablando de “libertad de expresión” ampliemos los conceptos y divorciémonos de la imagen del periodista con el esparadrapo en la boca, porque por lo menos este tiene un espacio de expresión, que otros no tienen.

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