Los haitianos renacen de los escombros

Christian Torres. Enviado a Haití

Guillermina está aprendiendo a caminar. Sus primeros pasos son difíciles, a veces tortuosos.  Cada movimiento que hace parece desbordar  sus fuerzas. Al abrir sus ojos exclama un gemido de dolor. Su padre está a su izquierda y a su derecha se ubica un médico con una bata celeste. 

190 000 personas
perdieron la vida a causa del terremoto ocurrido el 14 de enero en HaitíGuillermina cumplió 15 años, y debe acostumbrarse a caminar con una sola  pierna. Ella es una de las incontables, por el momento, personas que perdieron sus extremidades  en el terremoto  del 12 de  enero. Cuando la tierra se quebró, la chica  estaba en su casa en Delma 33, uno de los barrios más pobres de Puerto Príncipe, capital de Haití.

Su vivienda, como la mayoría no soportó el cataclismo.  La estructura colapsó dejando en Gillermina una marca indeleble en su cuerpo.  Dos semanas después de la tragedia, la muchacha está  en el hospital gracias a  las  Naciones Unidas y organizaciones sin fines de lucro, en la población de Jimani, a 10 minutos de la frontera entre Haití y República Dominicana.  El improvisado centro se convirtió en la parada obligada de los heridos que dejó la tragedia.

 La venta en las calles
Los haitianos son muy  trabajadores, pese a que algunos los llaman depredadores. En gran parte de la isla no hay árboles grandes y no tienen reparos en cortarlos, porque es su principal, casi única, fuente para cocinar sus alimentos.
En 27 000 km²   residen 9 millones de personas. Es como si en las provincias de Manabí, Imbabura y Carchi viviera el 80% de ecuatorianos y necesite de leña para sobrevivir.
16 días después del  temblor, los haitianos han sacado sus pertenencias que rescataron a la calle para venderlas, si la paga es en dólares estadounidenses mejor. Otros venden madera, algo de comida o tarjetas para hablar por celular.
Para los extranjeros,  que han llegado por decenas desde varios países, la parada obligada es el restaurante la Mansión, donde el plato típico es arroz con habichuelas (variante caribeño del fréjol) y pollo y cuesta 8 dólares. También otros restaurantes cerca del aeropuerto, repletos de comensales foráneos. 
Muchos cuerpos yacen   enterrados por toneladas de cemento y fierros retorcidos. El olor a putrefacción es penetrante al pasar en medio de los inmuebles en ruinas, el ardor en los ojos es insoportable.
La sede de la ONU    quedó  destrozada, según ha confirmado un portavoz de la institución desde su sede neoyorquina.
El Programa  Alimentario Mundial   creará en  Puerto Príncipe 16 nuevos puntos fijos de distribución de  ayudas alimentarias,  sólo para las mujeres.
Desde hoy  se distribuyen los cupones . Cada mujer tendrá derecho a  25 kilos de arroz.Según las Naciones Unidas, los fallecidos   pudieran superar los 190 000.

Un edificio fue acondicionado para realizar hasta 50 cirugías diarias, explica el especialista Steven Younse. En el exterior enormes carpas fueron levantadas para atender   a los heridos.
La Organización Mundial de la Salud asegura que en este momento es crucial la atención postoperatoria de los heridos.

En la página oficial de la organización se registra la magnitud de la tragedia. Para atender la emergencia se instalaron 150 establecimientos de salud, entre  dispensarios y hospitales de campaña –como el Buen Pastor- para brindar asistencia a los miles de lesionados.

En la segunda carpa del Buen Pastor está Guillermina. Su padre la sujeta con fuerza y le  da   palabras de aliento para que siga, y se esfuerce para dar otro paso más. Ella recorre lentamente el interior de la carpa, mientras los otros heridos, mujeres y hombres que sufren alguna amputación violenta, o tienen fracturas expuestas en sus extremidades inferiores, brazos y mandíbula, la miran y parecen alimentarse de su voluntad de acero.  Otra chica que también perdió su pierna izquierda prefiere  no ver a Guillermina.

Se cubre los ojos con una manta y trata de tapar sus oídos con sus manos; no quiere hablar.  A su lado está Leonard, quien  cuida a su esposa que sufrió una fractura en la cabeza. Ellos vivían en Femat, uno de los barrios más afectados de la zona oeste de la capital haitiana.  

Leonard, su mujer y su hijo, quien tiene un brazo roto,  se encuentran en ese centro médico hace 13 días. Una misión católica los ayudó para viajar y cruzar la frontera con República
Dominicana. Él estaba preocupado por la salud de su esposa e hijo. Tres días después del temblor, el hombre seguía esperando que un hospital en Puerto Príncipe los recibiera, pero no había espacio y tampoco médicos. Los hospitales también fueron afectados por la tragedia. Durante la permanencia en el lugar -recuerda- veía cómo cientos de personas salían sin una parte de su cuerpo. Cada una de esas visiones aumentaba su angustia.

Ahora, se encuentra tranquilo, su esposa está adormecida  con una venda blanca en su cabeza y su hijo no corre riesgo.

Un helicóptero militar anuncia  la llegada de otro herido grave al Buen Samaritano, que aún tiene espacio para recibir más pacientes. Yuonse explica que en el centro se pensó  atender a las personas que no requieran una cirugía de alto riesgo.

Las personas con heridas  graves son enviadas a un  hospital en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, o a un barco hospital que se encuentra en el océano. En el Buen Samaritano buena parte de  las intervenciones quirúrgicas son  por fracturas y limpiezas de heridas,  que fácilmente   pueden infectarse.
“Intentamos no  llegar hasta la amputación de un miembro. Eso es muy triste para el paciente y para nosotros los médicos”, sostiene el estadounidense.
 
El martes pasado fue  el segundo día de duro trabajo para  Mauricio Gaytán, un médico nacido en Nueva York, de padres mexicanos. El galeno pertenece a la Fundación Arco iris. Gaytán tiene a su cargo el cuidado de seis personas que sufrieron amputaciones. Los cuidados postoperatorios son cruciales. Sonriente, toca la cabeza de sus pacientes, les habla en inglés y les da aliento.  Luego, ellos bajarán a las carpas donde se encuentra Guillermina, para que otros especialistas se encarguen de enseñarle a vivir sin una parte de su cuerpo.

Suplementos digitales