En el sector de El Relleno, en San Isidro–Manabí, la noche del sábado 16 de abril, cuando se registró el terremoto de 7.8 grados de intensidad, la familia Loor vio como su hacienda se partió en dos. Era una propiedad ganadera de 320 hectáreas. Y, como si la provincia de la Costa se hubiera traslado a Estados Unidos, se formó una especie de ‘Gran Cañón’.
Gonzalo Loor había terminado la merienda e iba a encender el televisor. Su esposa, Jennifer Caballero, y su hija, Suly, estaban con él cuando la vivienda de una planta, que no tenía más de un año de construida, empezó a temblar. Pensaron que el movimiento pasaría, pero se intensificó. “Esto no es un temblor, es un terremoto”.
La primera alerta fue el aullido de los monos, era muy fuerte, relatan. Además, las pinzas que estaban en el cordel empezaron a moverse.
Salieron de la edificación de tipo campestre y vieron como la tierra se hundió y el ganado que se encontraba en los corrales fue sepultado. Tenían 140 cabezas de ganado. No murieron todas debido a que algunas pastaban sueltas en el monte. El hombre cuenta que aún no se animan a ir a buscarlas, pues el temor en ellos está latente.
Para él y su pareja, ese sábado, vivieron un Armagedón. Incluso se atreven a decir que allí fue el epicentro del evento. Las olas que se formaron en la tierra le doblaban la estatura al hombre, que mide un metro con 69 centímetros. Cocky, un perro negro, los acompañó durante el escape.
Suly, de 5 años, tiene presente la escena: su padre con ella en brazos, corriendo para salvarse. Pero en medio del temor, ella solo quería un payaso y, la noche de este lunes 25 de abril, se lo pidió a un grupo de voluntarios, entre los que estaban Ezequiel Castro, quien es ingeniero comercial y, desde hace 10 años, voluntario del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil; y José Luis Alonso, español y sargento de los Casacas Rojas de Samborondón. También los visitaron miembros del Ejército ecuatoriano y un grupo de la Patrulla Aérea Civil de Colombia.
La pequeña y sus padres también recuerdan que apenas salieron de la vivienda esta se partió en la mitad. Están vivos “de milagro”, porque el terremoto dejó en pie una especie de isla. Esta aún se puede ver en la propiedad.
No obstante, el temor sigue. Con cada réplica, el suelo continúa cediendo, pese a que, cuentan, ha llegado maquinaría de la Prefectura de Manabí para tratar de compactar la tierra.
Al otro lado del ‘Gran Cañón’ está la casa de sus padres. La familia vivía de la ganadería y “lo perdieron todo”.
Jennifer insiste en que vaya un especialista en suelo para que analice el territorio. Aunque ella y su esposo ya no quieren vivir allí, esperan saber si el terreno se puede aprovechar y pagar las deudas que tienen en los bancos.
Han pasado incomunicados y con las lluvias el río Tutumbe, que atraviesa la carretera hacia El Relleno, crece e impide el paso. En el sector no es la única casa que se desmoronó, al menos cerca de una decena más sufrió daños.
Ademas, agrega la mujer, como eran ganaderos y la gente sabía que tenían recursos, cuando la ayuda llega al sector, hay vecinos que en el camino “dicen que arriba no hace falta, que allá sí tienen, pero no tenemos nada, nos quedamos en la quiebra”.
De todas formas, repiten que estar vivos es un milagro y esperan que la ayuda aparezca. Lo que sí llegó este martes fue el payaso de Suly. Los voluntarios volvieron con el dibujo de este personaje, que uno de ellos realizó, una caja de pinturas y un peluche. Además, los médicos de la Patrulla los revisaron nuevamente, como lo hicieron la noche de este lunes.