Winston Spencer Churchill, el legendario conductor de los británicos durante la segunda conflagración mundial, fue personaje que escribió largo y tendido, como suele decirse con una frase no muy comedida. Él fue periodista; a sus momentos memoralista; literato e historiador, pero tengo para mí que nunca llegó a superar la deliciosa narración y el finísimo humor del libro titulado ‘Mi primera juventud’. Y allí, a su vez, una aventura decisiva le ocurrió a Churchill cuando la guerra anglo-boers, justamente la guerra ignorada, a la que casi enseguida opacaron el fragor, los horrores y las víctimas de la primera guerra de amplitud universal.
Por paradoja, el conflicto desconocido puede este año llegar a estudiarse como efecto de varios y disímiles factores. Uno es el campeonato de fútbol que ya mismo arranca en Sudáfrica, otro para el público de las salas de cine la película ‘Invictus’ con la que el duro Clint Eastwood rindiera homenaje a Nelson Mandela, el luchador contra la segregación racial que oprimía a los negros, y hasta las amenazas del terrorismo internacional al público que acudirá para espectar los apasionantes partidos del torneo futbolístico.
Iniciada la guerra de los boers, es decir de los descendientes de los colonizadores holandeses empujados por la marea expansionista británica desde el último extremo de África hacia tierras del río Vaal y de Rhodesia – este último país creado por Cecil Rhodes el hombre más rico del mundo entonces –, arrancó para sorpresa de todos, con humillantes derrotes a la ‘invencible’ supremacía del imperio británico, hace poco llegado hasta la cumbre de su poder. Y es que los boers granjeros-soldados-guerrilleros demostraron ser peligrosísimos combatientes.
El joven Churchill luego de licenciarse del ejército, marchó como corresponsal de guerra al insólito escenario de la lucha; envió crónicas abundantes; intervino en el episodio del ‘tren blindado’; estuvo a punto de que le fusilaran y, según sus cálculos, fue uno de los tres únicos prisioneros que se escaparon de los campos de los boers.
Es de notar que la guerra alcanzó su triste celebridad, cuando por vez primera se oyó hablar de circunstancias que luego se volverían comunes: “El color kaki de los uniformes de los soldados; las alambradas de espinos; las trincheras con parapetos de sacos de arena, los campos de concentración” (Carl Grimberg), si bien estos últimos no eran tan ominosos como los posteriores de los nazis, y la invención misma la sitúan dentro de África, mientras otros creen que tuvo lugar en Cuba, mientras la isla luchaba por su independencia respecto de España.
En fin, pese a la publicitada Era del Conocimiento, resulta claro que todavía existen problemas, zonas geográficas y eventos escondidos en este pícaro mundo, que nunca deja de sorprendernos!