Casi veintitrés años después de la caída de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el planeta asiste sin duda a la reanudación de la llamada ‘Guerra Fría’.
Pero la confrontación ideológica Este-Oeste, que marcó un neurálgico tramo de la segunda mitad del siglo XX, ahora ha dado paso a una ‘conflagración’ de carácter económico-financiero-comercial con otros matices.
Un enfrentamiento en el cual también pudieran involucrarse, directa o indirectamente, otros países.
Precisamente, ayer quedó más que claro que ese es uno de los ejes de la rivalidad Occidente-Oriente de la presente centuria.
En una réplica, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha resuelto prohibir y limitar las importaciones de productos procedentes de los países que adoptaron sanciones contra Moscú por el supuesto apoyo que el Kremlin brinda a los rebeldes del este de Ucrania.
En concreto, el delfín del difunto Boris Yeltsin ha cerrado los mercados del Estado más grande del mundo (con unos 150 millones de consumidores) a EE.UU. y la Unión Europea (UE).
En medio de los coletazos de la crisis global que aún golpean a los países de la UE, el anuncio de Moscú pudiera constituirse en un palo en la rueda de la recuperación del bloque del Viejo Continente ¿Por qué? Rusia no produce mucho y desde su desembarco en el ‘capitalismo salvaje’ se ha convertido en un importador neto de productos alimenticios.
Según los más recientes datos oficiales, las importaciones rusas en este segmento llegaron a USD 16 900 millones, entre enero y mayo de este año. En el mismo período, las exportaciones fueron de USD 7 100 millones.
¿Qué se viene? China se convertirá en el principal proveedor de la mercadería que Rusia dejará de comprar a los países del bloque anti-Putin. Y ese escenario, conforme lo ha señalado la agencia veterinaria rusa Rosselkhoznadzor a AFP, Estados latinoamericanos, como Brasil y Ecuador, pudieran sacar réditos.