Refugiados toman agua en la frontera entre Grecia y Macedonia. Foto: EFE
Amable pero decidida, Ritsa Katzis se salta al joven refugiado. “Tú ya tienes, ahora le toca a otro. ¡Vete, vete!”, le pide mientras sirve otro cuenco de plástico con pasta y algo de salsa. Han cocinado 1 200 porciones para repartirlas entre las personas que se encuentran en el campamento de acogida en la isla de Samos.
Desde agosto de 2015 un pequeño grupo de mujeres de la isla cocina a mediodía para los inmigrantes y paga de su propio bolsillo los gastos.
Las autoridades han instalado los denominados “hotspots“, los centros de registro y recepción de inmigrantes, pero nada más. “Aquí no hemos visto a ningún ministro ni a ningún diputado. Lo que la gente come y bebe aquí o cómo duerme no le interesa una mierda a nadie”, apunta con enojo la voluntaria Iokasti Nikolaidi tras vaciar la cazuela, mientras todos los refugiados comen los macarrones en sus cuencos de plástico.
En algunos días de verano (boreal) llegó a haber en Samos hasta 5 000 refugiados. “Y también de alguna forma pudimos con eso”, aseguran las mujeres orgullosas.
Cuando en febrero, abrieron un “hotspot” en una cárcel en desuso pensamos que suministrarían comida a la gente, pero “¡error!. Cuando fuimos por primera vez allí, los refugiados ¡llevaban días sin comer!”, exclama.
Para los griegos no es nuevo que no se pueda confiar en el Estado, pero les resulta insoportable ver que las personas, sobre todo los niños, no tienen nada que comer.
Y a pesar de la crisis que atraviesa el país desde hace años, precisamente por ello, Ritsa Kalatzsis asegura: “Nosotros sabemos lo que es la crisis, pero al menos tenemos un techo. Esto es lo mínimo que podemos hacer por esas personas, darles de comer”.
Ya sea en el norte, en la localidad fronteriza de Idomeni, en el puerto del Pireo o en las islas de este del Egeo, en todas partes hay griegos que se unen para “dar de comer” a los refugiados, proporcionarles mantas, ropa y medicamentos.
El grado de organización es escaso, en su mayoría son ciudadanos que de forma independiente se deciden a ayudar o pequeños grupos que se implican.
Sobre todo las personas mayores son las que más se comprometen. Los medios locales no dejan de informar sobre jubilados que realizan una labor de voluntariado. Como una anciana de 92 años que envía a su hija al centro con bolsas de bocadillos y pasteles para que los reparta entre los refugiados; o el caso de un señor de 75 años, “el abuelo Vangelis“, que cocina a diario para los niños inmigrantes en la plaza Victoria de Atenas.
El Estado comienza a reaccionar poco a poco. Hasta la fecha estaba ocupando sobre todo por conseguir un lugar para alojar a los refugiados e inmigrantes.
Hasta la semana pasada no se constituyó un gabinete de emergencia para la construcción de lugares para acoger a estos inmigrantes, proporcionar ayuda médica y también coordinar el suministro de alimentos a estas personas.
El centro de acogida Eleonas, en Atenas, está siendo atendido por cocineros de la Marina; en el viejo aeropuerto ateniense de Ellinikon el Ministerio de Salud quiere instalar baños y duchas. Y en la frontera con Macedonia se abrirá un centro de salud para los miles de refugiados e inmigrantes que permanecen allí bloqueados.
Las islas siguen saliendo adelante solas. Sin los voluntarios griegos, pero sobre todo extranjeros, ya se habría producido hace tiempo una catástrofe humanitaria.
Tras ocho meses sin descanso, Ritsa, Iokasti y las otras voluntarias están agotadas. Muchas de ellas tienen familia, pero pasan hasta 16 horas al día con el suministro de los inmigrantes. Se encargan de hacer la compra, cocinar, llevar la comida hasta el “hotspot”, repartirla y también se preocupan de los medicamentos.
Además intentan salir adelante con el dinero. “Con 300 euros al día conseguimos cocinar 1 200 porciones”, señala Iokasti.
“Ahora ya somos una maestras organizándolo todo”, apostilla. La gran esperanza de estas voluntarias de Samos no está depositada en el Estado, sino en la Unión Europea y en que se encuentre una solución internacional a la crisis de los refugiados.
“El Estado es inexistente”, agregan. “Nosotros no podemos recurrir al ayuntamiento. Tenemos buenas conexiones y nos agradecen el trabajo que hacemos e intentan ayudarnos, pero el Estado no tiene dinero y el ayuntamiento no puede hacer nada”, agrega.