El debate sobre la eficacia de los medicamentos genéricos ha vuelto a propósito de la denuncia de algunos afiliados al IESS. Debate superado hace tiempo en los países desarrollados, en los cuales el consumo de genéricos supera el 50%, aquí se ha vuelto una consigna que se reactiva con inusitada frecuencia, y que reafirma una serie de prejuicios sin fundamento en contra de estos medicamentos.
¿Cuántas veces hemos padecido la utilización de un medicamento de marca ineficiente, o que nos provoca efectos secundarios, y que ha sido sustituido por otro a criterio del médico? No obstante, en esos casos no se levanta ninguna alerta pública, ni se pone en duda la calidad del medicamento.
Y es que la seguridad y la eficacia de un medicamento no pueden estar determinadas por elementos tan subjetivos como la confianza del prescriptor o la percepción del paciente. Para ello existen procedimientos técnicos que verifican que las cantidades, la composición y las propiedades de un medicamento se ajusten a las especificaciones declaradas y aprobadas en su registro sanitario (tal como consta en el Reglamento de Aplicación de la Ley de Genéricos). La autoridad sanitaria tiene la obligación de aplicar programas de fármaco vigilancia y controles posregistro que garanticen esa correspondencia.
A propósito de la denuncia que nos ocupa, la gerenta del Hospital Carlos Andrade Marín afirma que se han realizado 120 controles posregistro a los 534 tipos de fármacos adquiridos, lo cual constituye un porcentaje aceptable, aunque insuficiente.
Lamentablemente, ni el Instituto Nacional de Higiene cuenta con la infraestructura y los recursos financieros suficientes como para cumplir a cabalidad con su cometido, ni el sistema de fármaco vigilancia se aplica adecuadamente. Los formularios de notificación de falla terapéutica, falla de calidad y reacción adversa de medicamentos, por ejemplo, se utilizan poco, mal o nunca, pese a tener carácter obligatorio para todos los médicos, tanto del sector público como privado.
En el fondo, estas limitaciones son solo una parte del problema. Lo que realmente estimula los prejuicios respecto de los genéricos es la cultura del consumo promovida e inducida desde las gigantescas corporaciones transnacionales a favor de sus medicamentos de marca. En estos instantes, la mismísima Organización Mundial de la Salud está sentada en el banquillo del Parlamento Europeo tratando de desvanecer las sospechas sobre una intencional exageración en la declaratoria de emergencia de la gripe A para favorecer el negocio de los fabricantes de vacunas. Solo Francia adquirió 90 millones de dosis, pese a que es probable que no utilice ni la quinta parte.