Vista de la entrada del Eurotúnel, que conecta Francia e Inglaterra por debajo del canal de la Mancha, en Coquelles, cerca de Calais, Francia. Foto: EFE.
Inaugurado hace 21 años, el Eurotúnel atraviesa el Mar de La Mancha para unir a Francia con la Isla de Gran Bretaña, en una de las obras más impresionantes de la ingeniería moderna.
El punto de llegada o partida en la mayor de las islas británicas es Folkestone, mientras que en Francia es Calais, puerto muy reconocido por haber sido utilizado en el famoso desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero es precisamente en Calais donde hoy en día tiene escenario una nueva fase de la guerra contra la inmigración ilegal. Este miércoles un ciudadano sudanés murió al tratar de abordar un tren en la entrada del Eurotúnel. El trágico suceso se dio en un día en el que un grupo de cerca de dos mil personas, provenientes de regiones cercanas, trataron de hacerlo por oleadas.
La empresa administradora de la obra afirmó desde París en un comunicado que su personal interceptó desde enero de este año a más de 37 000 inmigrantes que intentaban viajar clandestinamente desde Francia a Gran Bretaña.
En el comunicado, la empresa exhortó tanto a Francia como al Reino Unido a una “reacción apropiada” frente a la “explosión del número de migrantes presentes en Calais y de las consecuencias, a veces dramáticas” de la situación, que “supera lo que un concesionario puede razonablemente hacer”.
El primer ministro británico, David Cameron, aseguró desde Singapur, donde se encuentra de visita oficial, que consideraba como “muy preocupante” la situación en Calais, y prometió más medidas de seguridad “para poner fin a todo esto”. La más inmediata respuesta del lado francés fue reforzar con 120 policías más la vigilancia en la entrada al túnel.
No son fenómenos aislados. Como se decía en varias publicaciones hechas en abril de este año en EL TIEMPO, la aventura, que termina en la muerte para muchos en las aguas del Mediterráneo, sigue para los sobrevivientes en el corazón de Europa, y el paso hacia las islas británicas utilizando el Eurotúnel es apenas lógico.
Es así como el problema mediterráneo sacude al norte de Europa.
Los inmigrantes siguen su ruta tras llegar a Italia, Grecia o Francia, pagando más dinero a las mafias que trafican con ellos o huyendo de ellas. Los trenes de Calais son, sin duda, mucho más seguros que las mortíferas balsas en las que zarparon de Libia o Turquía, y sin importar que la vigilancia sea mucho mayor, se arriesgan a ir de polizones hasta llegar al lado británico. Seguramente el destino final no es Gran Bretaña, pero sí Suecia o Noruega, países nórdicos cuya legislación contra la inmigración es un tanto más laxa que la de Londres.
La solución puede ser un poco más compleja que el “poner fin a todo esto” de Cameron y unos 120 policías más de los franceses. Los inmigrantes ilegales seguirán llegando a Calais y ni por más apriete de dientes ni filas eternas de oficiales se acabará con un problema que viene desde la desigualdad.
La Europa septentrional y pudiente le ha dado la espalda al problema y se lo ha dejado todo a la mediterránea, como si Italia, Francia, Grecia, España y Turquía (sí, tiene una pequeña parte geográfica en el Viejo Continente) fueran culpables de compartir el mar con países al borde de la extinción como Libia, a cuyo territorio llegan oleadas de seres humanos que huyen de la guerra y el hambre en el África Subsahariana o Siria.
Sin duda, la Unión Europea tendrá que tomar más cartas en un asunto que ya de por sí es muy grave, tanto que a Italia le cuesta más de 300 000 euros diarios la manutención de todos aquellos que llegan a sus costas.