Habiendo cumplido su mandato, la Presidenta saliente entregará el poder al ganador de los comicios del 17 de enero próximo gozando de una popularidad inusual en suelo latinoamericano. Ha sido el cuarto gobierno consecutivo de una concertación entre demócratas cristianos y socialistas quienes, antes de la ascensión de Allende a la Presidencia, eran rivales encarnizados que, teniendo a los grupos conservadores como los terceros en disputa, vivían en una lucha permanente por el poder. En este período democrático, Chile ha avanzado a pasos agigantados. Pero el reconocimiento que el pueblo le hace a su Mandataria se produce por la manera sensata en que se manejó en la crisis. Habiendo recibido críticas en un inicio por negarse a gastar indiscriminadamente los ingresos extraordinarios recibidos por el país por los elevados precios del cobre, su principal producto de exportación, terminó siendo aplaudida cuando, en plena crisis, con los fondos ahorrados estuvo en capacidad de liberar recursos a la economía para que esta no se resintiera por los efectos de la contracción mundial. Esta práctica en nuestro país habría sido tildada de oscurantista, propia de las tinieblas de otras épocas, incompatible con las sabias lecciones que nos tienen embobados en promesas, pobres y atrasados como siempre, pero dignos.
Pero el hombre que eligió la Concertación como candidato es un ex Mandatario que, hace cerca de dos años, en el Foro de Biarritz se expresaba como un ferviente defensor de la inversión privada como núcleo central para alcanzar mayor desarrollo. A ratos parecía que su voz desentonaba ante tanto exponente de lo más granjeado del populismo latinoamericano. A las flamantes autoridades ecuatorianas que se hallaban en ese evento, les habrá parecido que era una voz siniestra que emergía de la oscura noche neoliberal. Pero allí está disputando la Presidencia por segunda ocasión y reclama para sí el “voto progresista”.
Sin embargo, el ganador de la primera vuelta, con un 44% de apoyo popular, esgrime las tesis de la libre empresa y su propuesta política es acentuar el modelo liberal. No habrá mayores cambios en Chile, sea cual fuere el que resulte elegido. Al parecer se contraponen estilos y capacidad de gestión. La lucha ideológica que tuvo lugar en los setenta ya no existe. Son otros los actores sociales y el pueblo difícilmente aceptaría perder el grado de bienestar alcanzado.
Con esas premisas ¿se puede encasillar al gobierno saliente como de “izquierda”? Las votaciones demuestran que, más allá de los eslóganes, los chilenos han optado por un sistema que les ha permitido disminuir el número de pobres y casi erradicar definitivamente la extrema pobreza. Razón de sobra para que esta nación brille en forma solitaria en un continente donde abundan las turbulencias.