El espiritismo se convirtió en refugio de salud y estabilidad para venezolanos

Un grupo de personas fuma antes de subir a una montaña en Yaracuy, cerca de Caracas.

Un grupo de personas fuma antes de subir a una montaña en Yaracuy, cerca de Caracas.

Un grupo de personas fuma antes de subir a una montaña en Yaracuy, cerca de Caracas. FOTO: JUAN BARRETO / AFP

Babeando con sangre, la mirada perdida, Yeferson balbucea palabras extrañas: supuestamente está poseído. Entre sorbos de licor, bocanadas de tabaco y escupitajos comienza en una montaña del noroeste de Venezuela el ritual adonde santeros y espiritistas van a pedir salud y ayuda ante las penurias cotidianas.

Atravesando un camino empedrado, a orillas del río, se llega a las laderas de la montaña de Sorte (estado Yaracuy), 317 km al oeste de Caracas, donde cada octubre, durante una semana, se reúnen miles de creyentes de la deidad María Lionza.

Entre un incesante golpe de tambores, muchos llegan por favores mientras otros dicen estar preparados para apartar su espíritu y alojar en su cuerpo al de alguien que ya murió, quizá 100 años atrás.

Yeferson de Freitas es uno de ellos. A sus espaldas, un joven toma buches de aguardiente y los escupe sobre él. Fuma un tabaco y le pinta círculos imaginarios en la espalda para ayudarlo a “montar” el espíritu.

El cuerpo delgado de Yeferson se contrae. Un rictus macabro se apodera de su rostro, la voz se hace grave y sus pupilas se dilatan. Descalzo y cubierto sólo por un pantalón corto, cae de golpe en un trance del que vuelve casi una hora después.

“A uno le queda el cuerpo como desvanecido, cansado, con sueño, y ronco, es recibir a un espíritu que uno ni siquiera sabe quién es”, cuenta medio aturdido.

En otro punto de la montaña, tres fieles se acuestan sobre rectángulos de cal. Los rodean velones encendidos, frutas, botellas de ron y flores que decoran el improvisado sagrario.

Uno sufre de gastritis, otra de crónicos dolores de vientre y el tercero se queja de una hernia discal. Están allí para una “velación”, un ritual en el que los espíritus “bajan” a darles alivio, atendido por un hombre que escupe sangre tras haberse cortado la lengua con una hojilla.

“Hay espíritus que se cortan y se meten pinchos (puyas) en la cara o se parten botellas en la cabeza (...) Provienen de unas eras de guerra, les gusta ver sangre”, explica Yeferson, ahora en perfecto español, sonriendo como si nada hubiera pasado.

“Marialionceros de corazón”

Yeferson tiene 25 años y desde niño le ha gustado “fumar tabaco y prender velas”. Es un fiel seguidor de María Lionza, una diosa con una historia ambigua, que representa a la vez a indios, negros y descendientes de europeos.

Su imagen reina en las pequeñas grutas que improvisan los fieles a orillas del río Yaracuy y dentro de las tiendas de un inmenso campamento. Por altoparlantes suena la canción “María Lionza” , que le dedicó el salsero panameño Rubén Blades.

“Es una deidad que acepta a todos sin distinciones, sean negros, blancos, sexodiversos, gente de todas las clases sociales”, comenta Gloria Alvarado, antropóloga de la Universidad de Carabobo presente en Sorte.

Rosi Tauro, ayudante de albañilería de 37 años, dice que todos acuden a buscar alivio, “estabilidad”, “firmeza”, “evolución” y que “se les abran los caminos”.

Les manifiestan su agobio. En Venezuela, considerado uno de los países más violentos del mundo, sus habitantes sufren a diario la aguda escasez de alimentos básicos y ven su dinero evaporarse frente a una alta inflación.

Una feria es parte de la festividad, a la que este año asistieron más de 11 500 personas, según la oficina local de turismo. Las “perfumerías” ofrecen esencias de colores vivos, cada poción con su etiqueta: amor, prosperidad, paz, seducción. También venden estatuillas, collares y pulseras con infinidad de imágenes.

Destacan las figuras del cacique indio Guacaipuro y de Pedro Camejo, también llamado “Negro Primero”, soldado negro que luchó por la causa independentista. Ambos están en los billetes de 10 y 5 bolívares, respectivamente, que entraron en circulación con la reconversión monetaria que impulsó en 2008 el ahora fallecido presidente Hugo Chávez.

Yuleica Blanco, educadora caraqueña de 35 años que se confiesa “marialioncera de corazón”, dice  que “hay mucha gente pesetera (pilla) que se vale de los problemas y las tristezas de otras personas, las atraen a este mundo, les quitan mucho dinero y luego se van decepcionados y sin solución”.

Yeferson también va por lo suyo. “Ahorita estoy sin hacer nada, pero en el nombre de Dios y mi santo, voy a tener mi buen empleo”.

Suplementos digitales