Sea por la cantidad, por los contenidos y alguna veces por una brillante forma, Mario Vargas Llosa tiene muy merecido -a nombre propio y del continente- el premio Nobel de Literatura de la academia sueca. Sin necesidad de coincidir con sus percepciones políticas o sus marcados tintes ideológicos, Mario Vargas Llosa es un testigo altamente idóneo del Perú y de América Latina que, personalmente evolucionó desde la extrema izquierda hasta la derecha, ambas tendencias igualmente marcadas por el maniqueísmo y la militancia intransigente. Sin embargo, a la hora del balance aparece moderno, democrático y maduro.
Su historia literaria goza de una abundancia aplastante y variopinta; de intensa variedad temática, al margen de un marcado sesgo anti-ecuatoriano en sus primeras obras. Todavía se puede leer en la ‘La ciudad y los perros’ la queja de los cadetes o de sus instructores del colegio militar Leoncio Prado, al decir que fue un error no aprovechar la invasión al Ecuador y la superioridad bélica para avanzar hasta Quito.
La obra de ‘El escribidor’ descubre a un autor que ha recorrido casi todos los ámbitos de la novela y el ensayo. Se atrevió incluso, a penetrar en la compleja historia brasileña y ensayar, con fundamentos, la rebelión de Canudos en el siglo XIX. Investigó en esa tragedia del pobre nordeste brasileño con sus santones y profetas en ‘La guerra del fin del mundo”. Aunque no está entre sus facetas más conocidas, goza de un humor cáustico, pues difícilmente se pudo elaborar un escenario tan hilarante como el que inventó para describir las peripecias de Pantaleón con la instalación de las visitadoras sexuales, para el servicio de la tropa alejada en el amazónico departamento de Leticia. Tampoco , en un capítulo en ‘La tía Julia y el escribidor’, aunque rozó la sensibilidad religiosa católica, hace un relato de la crucifixión que debe estar en los anales más desopilantes de la literatura de la lengua española.
Como político, el escritor peruano ha sido actor, testigo y penitente de la historia del Perú que, como muchos países de América Latina, ha sido víctima de taras ancestrales: como son el caudillismo, el militarismo y la violencia política. Por la madurez que proporcionan sus canas, su vivencia europea y Nobel bajo el brazo, en silencio debe reconocer que como Presidente no hubiera podido administrar lo que pudo hacer un perverso como Alberto Fujimori, que a sangre y fuego enjauló a los líderes de Sendero Luminoso, al mismo tiempo que fue afectado por el virus de la reelección en Latinoamérica -la tercera Presidencia no la terminó- y uno de los dirigentes y líderes políticos que más aportó -con Montesinos al lado- a corroborar el famoso proverbio del primer Barón de Acton: “ El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente. Como diría su tía y primera cón-yuge, Varguitas estaba para otros lares y parece que en el cambio de rumbo le fue muy bien hasta llegar a Estocolmo.