Redacción Cultura
Un paso de la telenovela a la literatura…
No sé, yo tengo que cargar con este karma. No fui de la telenovela a la literatura, la telenovela fue, al comienzo de mi vida, una escritura alimenticia; sin embargo, creo que toda escritura instrumental está emparentada con la dramaturgia, sus leyes y sus saberes.
¿Quien mira telenovelas, lee libros?
Bueno, yo nunca he visto una telenovela completa. Desde niño solo he leído ficción, ahora, no tengo TV en casa. Ver telenovelas afecta la vocación.
¿Dramaturgia o narrativa?
Hoja de vida
Ibsen Martínez
Nació en Caracas, Venezuela, en 1951.
Se dio a conocer en el teatro con su obra ‘Humboldt y Bonpland, Taxidermistas’, en 1981.
En la narrativa se inició con ‘El mono aullador de los manglares’, 2000.
Su telenovela ‘Por estas calles’ fue éxito en su país.
Mi primer amor fue la dramaturgia. A eso se añade que he estado propiciado por la actividad teatral, me enamoré de una actriz, me aficione de ella y también de ir a los ensayos. Del teatro no se puede vivir y eso trazó el afán de hacer telenovelas, miniseries, adaptaciones. Pero mientras me apego a la narrativa, menos atracción siento por la telenovela.
Si la dramaturgia tiene su representación en el teatro, ¿la novela dónde se realiza?
En un escenario que tiene lugar entre el hipotálamo y el bulborraquideo del lector. En esta novela, (se refiere a ‘El señor Marx no está en casa’, libro que lanzó en la pasada Feria del Libro, en Quito) se da la confluencia de gente de teatro; yo como autor, Eleanor Marx y su marido victimario. Las primeras figuraciones me vinieron como una obra teatral, y la novela narra cómo se fue estructurando la misma historia.
En la construcción de esta prosa, ¿era necesario el testimonio inicial?
Cuando se me impuso la convicción moral de que la hipótesis del incesto pudiera ser cierta, empecé a escribir desde mi propia circunstancia: un periodista, apartado de la TV, que ha batallado con esta idea durante años. Esta voz me llamó a la puerta y me dijo que es la manera más veraz de aproximar al lector. Hay mucho de mí, pero no tanto como la primera persona en la narración podría hacer creer.
¿Qué tan posible es ficcionar un personaje histórico?
A mí no me interesa la novela histórica, que, casi siempre, es poner en prosa y añadir diálogos a cosas que están muy bien averiguadas por los historiadores. Lo que me parece valioso en atender a lo histórico: que la invención literaria deje ver un mecanismo de comprensión de lo ocurrido. En mi novela no me interesa corroborar la hipótesis del incesto, sino explorarla por los trechos que no están muy investigados.
En esa investigación, ¿es importante la psicología de los personajes?
Tuve que salvar escollos, como impedir que el imaginario que existe alrededor de Carlos Marx invada la novela, pues a mí me importaba explicar los motivos de Eleanor para suicidarse.
Para ello, es imprescindible aproximarse a cómo pensaba, cómo vivían estas personas, que vivieron con esa doble moral y eran revolucionarios muy atípicos. Me llamó la atención que dos de las tres hijas de Marx se suicidasen y no creo que sea un psicologismo barato hablar sobre el ambiente familiar en el que ellas se formaron.
¿Cuál fue el camino para ver a Marx desde esta región, desde el Caribe y los Andes?
No había una intencionalidad específica. No me negué a mí mismo, a mis modos. No me inventé un personaje anglosajón, fuera de tiempo; sino que me ceñí a mis circunstancias; un latinoamericano interesado en las utopías del siglo XIX y que ha escogido la ficción como medio de expresión.