Escocia y un espejo incierto

 Escocia sigue, al menos por un buen tiempo más, como parte del Reino Unido.

El jueves, y después de un intenso debate, el pueblo escocés decidió mayoritariamente seguir permaneciendo bajo la corona británica.

Los votos contaron el 55% a favor del No (contra la separación) y 45% por el Sí (partidarios de la secesión).

Lo curioso del resultado es que hasta las últimas encuestas divulgadas pocos días antes de la consulta popular arrojaban un empate técnico.

El primer ministro británico David Cameron se empleó a fondo para evitar la separación. Las ofertas de los últimos días pasarán factura cuando Escocia exija las reformas legales ofrecidas para profundizar la autonomía, lo que evitó la separación del Reino Unido, al que ya se halla ligado desde hace varios cientos de años, con lealtad a la Reina.

Pero con el resultado adverso a la independencia, Escocia no será la misma después de la consulta popular. Inglaterra sabe, lo sabe su Primer Ministro, que hay que cumplir las demandas de Escocia para llevar la fiesta en paz.

Los separatistas creían que era posible una supervivencia de Escocia con las ingentes cantidades de dinero que llegan por la explotación petrolera ‘off shore’, en el mar del Norte y por las siempre envidiables exportaciones de Scotch Whisky y la producción de fábricas de alta eficiencia y productividad.

Pero lo ocurrido en Escocia tiene otras repercusiones internacionales y no se sabe si la búsqueda de Cataluña por desprenderse del Reino de España seguirá con igual entusiasmo para una consulta -no vinculante- que piensa efectuarse en noviembre.

Hay otros separatismos que incluso demandan curul en Naciones Unidas, conforme lo informa un despacho de IPS: “Si las fantasías políticas se convierten en realidades esa lista podría incluir a Abjasia, Cataluña, Cachemira, Chechenia, Kosovo, Kurdistán, Palestina, Quebec y hasta a un Iraq sunita y otro chiita”.

Escocia aquieta el tablero.

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