Narcisa Mashienta (izq.) camina hacia la comunidad Paantin (Taisha), por un camino vecinal que está deteriorado por las lluvias invernales.
Las linternas LED se cargan con la luz solar, a través de un pequeño panel. Se donaron 1 200 unidades. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO
En Macuma, en una pista de aterrizaje abandonada, de tierra mojada y hierba fresca, comienza el largo camino de una veintena de hombres y mujeres con botas de caucho. Las madres avanzan con sus bebés en la espalda y las pequeñas cajas de cartón en los brazos o sobre sus hombros.
En esas pequeñas cajas llevan lo que han esperado por años: energía para sus casas, aunque solo les sirva para la noche.
Su camino es como una travesía de obstáculos: charcos de agua y lodo viscoso –que literalmente se traga las botas-. No hay otra forma de llegar a Paantin, una comunidad de la nación Shuar, en la parroquia Macuma del cantón Taisha, provincia de Morona Santiago.
Paantin está en plena selva amazónica ecuatoriana. El arribo a ella depende del paso de los caminantes por la vía de tercer orden: los shuar, acostumbrados desde siempre a recorrerla, llegan en menos de una hora, pero esta vez tienen acompañantes citadinos (de Quito) y el viaje puede tardar hasta hora y media.
Atrás van quedando las montañas azuladas de la Cordillera del Trans-Cutucú, en la frontera con el vecino Perú. El clima nublado es generoso con los visitantes, aunque se sienten la humedad y el tibio sol.
En Paantin se espera a los viajeros con el ‘regalo’. Los estudiantes del Centro Educativo Básico Bilingüe Tuntiak (arcoíris, en español) y los nativos de esa y otras comunidades Shuar cercanas están concentrados en una especie de casa comunal grande, pero sin paredes, piso de tierra y techo de zinc.
Hay algarabía. Es ambiente de fiesta y celebración.
Las mujeres -jóvenes y adultas mayores- dan la bienvenida con chicha de yuca, la bebida ancestral infaltable en sus hogares y en reuniones como esta. Cada mujer brinda la suya en un pote: unas son agrias, dulzonas, ácidas, otras insípidas, fermentadas…
Todos están sentados sobre largos tablones (como bancas), que forman un cuadrilátero alrededor de la casa. Hay jóvenes, adultos, abuelos y abuelas, mujeres embarazadas y niños.
Allí están, por nombrar a algunos, Iván Mashienta, Sabio Unntwea, Gilberto Uyunkara, Santiago Chiriap, Isabel Wiakcha, Narcisa Serekam, Juana Achiriapa… La mayoría es dirigente de sus comunas, que no cuentan con el servicio de energía eléctrica.
Iván Mashienta y cuatro indígenas más habían llegado de la comunidad Yuwintza, a cinco horas de camino a pie, por la ribera del río Macuma, torrentoso y peligroso. Habían salido a las 06:00 en un día aún oscuro y con ganas de llover. Cruzaron quebradas, pantanos, ríos pequeños y subieron por montañas empinadas y resbaladizas.
No importaba el difícil camino con tal de conseguir la nueva energía y así deshacerse de las linternas de pilas, velas y mecheros de diésel, que envenenan su selva. Aún sin recibirla, sueñan cómo la usarán. Sus mujeres podrán preparar la chicha. La bebida debe quedar lista para el otro día, para tomarla en la mañana, al mediodía y en la tarde. Es su alimento cotidiano diario.
Sus mujeres también se alumbrarán para elaborar sus artesanías de plantas nativas y cerámicas, que ofrecen a los turistas extranjeros que llegan a las cabañas de turismo comunitario. Y los hombres irán de pesca nocturna.
Gilberto Uyunkara, de la comunidad Tumpaim, sueña con tener luz para asistir a un comunero mordido por una serpiente, ir de cacería, al baño y para que sus hijos puedan hacer los deberes de la escuela. Y claro, para elaborar la chicha. Caminó cuatro horas.
El viaje a pie de Santiago Chiriap duró tres horas, desde Namag. Sus nietos no tienen luz para sus deberes; es la misma necesidad de Isabel Wiakcha y su hija Narcisa Serekam, para cocinar en las madrugadas.
Se sienten alegres y esperanzados, pero también ansiosos, mirando al horizonte de una amplia planicie de tierra rojiza, que de vez en cuando funciona como pista de aterrizaje.
Por esa explanada aparece el grupo de mujeres y hombres con las cajas, tras hora y media de caminata y luego de haber subido -como si se pagara una penitencia- una empinada pendiente resbaladiza.
Narcisa Mashienta encabeza la delegación y ella escogió a Paantin y a otras comunidades Shuar, para entregar las cajas: en ellas se encuentra la esperada energía que llega en pequeñas linternas LED, recargables con la luz solar.
Mashienta, una líder shuar que trabaja en el programa Jungle Mamas, a través del cual se previenen las muertes maternas en comunidades Achuar, eligió esos lugares, porque están a tres y ocho horas de camino, no tienen pistas aéreas y no llegarán las redes eléctricas.
La donación de horas luz
Las linternas solares fueron donadas el 27 de marzo último por la empresa Energizer, a través del proyecto mundial One Millon Lights. Este año regalaron 600 000 horas luz (1 200 linternas) de los 14 millones que se dieron en el mundo, según Johana Jaramillo, jefa de Marca en Ecuador.
Jaramillo explica que las 1 200 unidades llegaron a unas 800 familias shuar. La linterna –que puede llevarse en la mano o ser colgada- se carga durante cinco horas y alumbra dos horas nocturnas. Puede soportar 1 000 cargas y no es sumergible, pero soporta la lluvia.
Es el cuarto año consecutivo que se regala horas luz, mediante el padrinazgo de la carrera nocturna Energizer Nigth Race. El año pasado se donaron 640 linternas a cinco comunidades de la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno, en la provincia de Sucumbíos.
El servicio de energía eléctrica no llega a todos los rincones de Morona Santiago, debido a las condiciones geográficas. A Taisha, cantón al que pertenece Paantin y otras comunidades, solo se ingresa por vía aérea o caminando muchas horas.
Luis Urdiales, director de la Empresa Centro Sur en Morona Santiago, detalla que 54 comunidades Shuar están dentro de la concesión. “Estamos seguros de que estamos cubriendo el 96% de las comunidades con nuestro servicio”. La nación Shuar del Ecuador está compuesta por 74 comunidades, entre Morona y Pastaza.
Esos sitios, en los que se incluye a Taisha y sus comunidades, cuentan con sistemas fotovoltaicos. Fueron instalados desde el 2010.