Los mil y un intentos de diálogo con el Ejército de Liberación Nacional

Por cada intento de negociación política con las FARC en los últimos 38 años, por lo menos ha habido dos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Y todos han fracasado.

La industria del secuestro que esa organización se empeña en mantener como principal fuente de sostenimiento y la falta de una autoridad unificada, se han atravesado como muros infranqueables para dar el salto al entendimiento político con esa organización. Siempre.

En los esfuerzos por lograr una negociación política con este grupo insurgente nacido en la década de los sesentas bajo la inspiración castrista, pero que cada día se torna más débil, han intervenido casi todos los gobiernos, muchos países amigos, y muchas organizaciones sociales e instituciones. Hasta la Iglesia Católica, inclusive el mismo Vaticano, ha estado en esta lucha infructuosa.

La historia de los diálogos con el ELN podría remontarse a uno de los primeros escarceos, el ocurrido en el gobierno del presidente Alfonso López Michelsen (1974-1978).

El primer intento de negociación se produjo tras la Operación Anorí (Antioquia, 1973), en la que esa organización recibió uno de sus peores golpes, pues fue desarticulado el bloque comandado por sus principales fundadores, los hermanos Fabio, Manuel y Antonio Vásquez Castaño.

A comienzos de 1975 el entonces gobernador de Bolívar, Álvaro Escallón, comunicó al recientemente elegido presidente López, el interés de esa guerrilla de entregarse a cambio de una amnistía. Había quedado diezmada luego de Anorí.

López autorizó a su joven asesor, Jaime Castro, ir al encuentro de los insurgentes en tierras santandereanas para negociar la entrega.

Con la autorización de López y de su ministro de Defensa, Abraham Varón Valencia, Castro partió una mañana de mediados del 75 a bordo de un helicóptero para el lugar señalado por un enviado de la guerrilla en los alrededores de Barrancabermeja. Cuenta Castro, que cuando ya se hallaba en Barranca, lo llamó el entonces Comandante de las Fuerzas Armadas, el general Álvaro Valencia Tovar, a desautorizar la operación.

Castro le dijo a Valencia Tovar que su misión había sido autorizada por el Presidente y que continuaría con ella. Había que suspender operaciones militares en la zona.

Dos días pasó Castro con su guía, un hombre de apellido Utria, inmerso en la selva santandereana a la espera de los 200 hombres que habrían de entregarse.

Las horas pasaban con la mayor expectativa y en Bogotá se llegó a temer por la vida de Castro. Nada se sabía de la operación. En algunos medios se especuló que había sido una trampa de la guerrilla para secuestrar al emisario presidencial. De repente Castro apareció sin noticias. Los guerrilleros que se iban a entregar nunca llegaron.

El general Valencia Tovar, dice Castro, propaló la versión de que los guerrilleros habían utilizado dicha estratagema para burlar el cerco del Ejército y volarse.

Los emisarios del ELN le hicieron saber luego al Gobierno que la entrega no pudo llevarse a cabo porque los militares (al parecer por instrucciones de Valencia Tovar) se habían negado a hacer el “despeje”.

Castro cree hoy que “esa pudo ser una oportunidad para poner fin a la guerra con ese grupo” y haber evitado la pérdida de muchas vidas.

La historia se repite

Esa fue la primera noticia que se tuvo de un fracaso de negociación con el ELN. Durante los siguientes 38 años (hasta nuestros días) la historia se repetiría.

El gobierno del conservador Belisario Betancur (1982-1986) realizó diálogos de paz con todas las guerrillas, incluido el ELN. Hubo ligeros avances con las FARC, el M-19 y el EPL, pero fue el ELN, precisamente, el que menos atendió el llamado a la negociación.

El liberal Virgilio Barco (1986-1990) firmó acuerdos de paz en los últimos meses de su gobierno con el M-19 y el EPL.

El presidente César Gaviria (1990-1994) hizo aproximaciones con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (integrada por FARC, ELN y EPL), y sus esfuerzos por negociar la paz avanzaron por Caracas (Venezuela) y Tlaxcala (México), hasta que a principios de 1992 fueron suspendidos tras el asesinato del exministro Argelino Durán Quintero a manos de insurgentes.

Época dorada

Con el gobierno del liberal Ernesto Samper Pizano (1994-1998) el ELN tuvo una época dorada. Durante sus cuatro años de mandato, Samper hizo todo tipo de esfuerzos para iniciar negociaciones de paz con esta guerrilla, pero sus líderes aprovecharon esa situación para intensificar el secuestro en el país.

De la mano de los esposos Mauss (de nacionalidad alemana) y aprovechando las expectativas de la negociación política, por esa época, el ELN incrementó el secuestro de civiles. A la vez que llevaban y traían razones sobre la posibilidad de los diálogos, los Mauss cobraban millonarios rescates en dólares, dentro y fuera del país.

Tras la muerte en 1998 del cura español Manuel Pérez, quien fungió como jefe de esa organización armada desde mediados de los ochentas, el ELN entró en una crisis de autoridad hasta nuestros días. No fueron suficientes los viajes de los sucesores del cura, ‘Gabino’, ‘Antonio García’ y ‘Pablo Beltrán’ a España, Alemania, Suiza, Francia, Italia, Países Bajos, Noruega, y hasta el mismo Vaticano, para definir las bases de la negociación. Samper tuvo en sus manos varios borradores de acuerdo listos para la firma (Viana-España y Maguncia-Alemania), pero el secuestro, en el que persisten, siempre se atravesó como un obstáculo insalvable. Y cuando finalmente se dieron las condiciones para el diálogo, el ELN cerró las puertas con el histórico atentado contra el Oleoducto Central, en Machuca (Antioquia), donde perecieron calcinadas 70 personas de la condición más humilde.

Habían transcurrido apenas unos meses de la elección del conservador Andrés Pastrana como Presidente (1998-2002) cuando se reanudaron los encuentros con el ELN por la paz. Ocurrió a mediados de febrero de 1998 en Caracas.

Pastrana también estuvo sus cuatro años de gobierno (con breves interrupciones) intentando concretar la voluntad de paz de esta organización, sin resultado alguno. Ni siquiera le valió haber acudido al gobierno cubano, que inspiró su surgimiento a mediados de los sesentas, para aterrizar sus propuestas.

Apenas Álvaro Uribe (2002-2010) se instaló en la Casa de Nariño, el ELN hizo saber de manera pública su interés en “continuar la búsqueda de un proceso de paz duradero”.

Los 8 años con Uribe

En los 8 años de gobierno de Uribe también fueron incontables las veces en que hubo borradores de acuerdo con el ELN. Los hubo en La Habana y en España, al amparo de los apoyos internacionales.

Julio Londoño, quien estuvo como embajador en Cuba durante los gobiernos de Pastrana y Uribe, no tenía otra labor más importante en La Habana, que tratar de llevar a los líderes de esta guerrilla a un acuerdo. Todavía tiene nostalgia de tantas jornadas perdidas.

Con Uribe, inclusive, se llegó a discutir la idea de financiar el sostenimiento de sus hombres mientras se iniciaba el proceso de paz, a cambio de que dejaran la actividad del secuestro. Pero la idea no prosperó.

En octubre de 2010, apenas posesionado el presidente Juan Manuel Santos, como en casi todos los gobiernos, el ELN volvió a expresar su interés en hablar de paz. Al Gobierno Santos “le decimos que tiene el reto de ofertar al país un camino hacia la paz”, dijo ‘Gabino’, miembro de la cúpula de esa organización.

Ahora, la puerta vuelve a abrirse, con la diferencia que esta vez un proceso con el ELN caminaría a la par con el que hoy avanza en Cuba entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC. Este último, sin duda, es el intento de paz con esa guerrilla que más lejos a llegado en toda la historia y que serviría como ejemplo para prender motores para uno similar con el ELN.

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