Ella vistió a miles de personajes

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Si el que nace chicharra (cigarra) muere cantando, como reza el viejo dicho chileno, Miriam de Ampuero seguirá hasta el final de sus días, que se esperan lejanos, cosiendo. Cosiendo, y fiel a sus preocupaciones sociales.

A punta de aguja e hilo, la modista de vestuario artístico ha trabajado con miles de personajes en los tablados de Ecuador.

Vio la luz un 1 de diciembre, en Angol, austro de Chile. En su infancia se mudó al sur, a una villa ‘chatita’, ubicada en la región que ahora, desde los aires quiteños y su taller de costura, recorre mediante las memorias de la niñez. Esa región es tan de ella, como de Pablo Neruda en las páginas de ‘Confieso que he vivido’.

Luego vivió en Santiago y estudió corte y confección en la Universidad Católica de Chile. Pero buscó el exilio para salir de la dictadura de A ugusto Pinochet. Ya harta de tomar tranquilizantes, de quedarse despierta hasta medianoche, de esperar a que la última patrulla de soldados alumbrara su ventana y echara un tiro al aire, vino a conciliar su sueño y a hacerlo realidad en Quito. Llegó en agosto de 1976.

El arribo de Miriam y su familia coincidió con el de otro exiliado chileno, Pepe Rosales, reconocido en el ámbito teatral por sus diseños de vestuario. Desde entonces viene la amistad y la complicidad laboral de ambos. “Nos comprendemos bien, es una gran conversadora.Recordamos lo que era Chile, compartiendo el dolor de perder un país, los amigos, los proyectos”, dice Pepe, quien casi siempre recurre a ella para dar forma y corte a sus magníficos diseños.

La adaptación fue dura. Al principio, la capital no les recibió bien. Ellos no venían en misión diplomática, ni de inversionistas, buscaban sobrevivir.

“Nos acusaban de ser desertores del proceso socialista chileno y las mujeres teníamos la fama de ser demasiado ‘alegres’”, explica Miriam, frunciendo el ceño. Recuerda, con humor, sus primeros encontrones con los modismos del habla ecuatoriana, cuando se dio cuenta que el ‘ya mismo’ dura por lo menos dos horas, o cuando finalmente entendió el significado de la frase ‘ya vuelta en cambio’.

A pesar de la nostalgia y las dificultades, la nueva tierra dejó de verle como extranjera. Ahora, Miriam agradece a todos los ecuatorianos que le dieron su bienvenida, su calor y su cariño.

También su llegada coincidió con un hito en el arte escénico nacional: Marcelo Ordoñez fundaba la Compañía Nacional de Danza. Allí empezó a confeccionar vestuarios y a girar junto al elenco por varias provincias.

Rubén Guarderas, en ese entonces bailarín de la Compañía, ve en Miriam a una profesional paciente y de amplio conocimiento, además de una persona solidaria. Una cualidad que Miriam, a su vez, reconoce en Guarderas, hoy director del Ballet Ecuatoriano de Cámara (BEC).

Varias agrupaciones han usado sus confecciones en múltiples obras, cuyo recuerdo guarda en un rinconcito de su mente y en un álbum de programas de mano. Miriam tiene especial aprecio por las puntadas que dio en los vestuarios de ‘El santo de Fuego’, de la Fundación Guayasamín; ‘El Cascanueces’ y ‘Don Quijote’, del BEC, y para el filme ‘Sé que viene a matarme’.

Una de sus primeras creaciones fue para la pieza teatral ‘Manuela Sáenz’, escrita por Pedro Saad H., y con Toti Rodriguez en el papel protagónico. En el montaje, Miriam de Ampuero subió al escenario para caracterizar a una monja. La experiencia le trae gratas emociones y el arrepentimiento de no haber seguido en la interpretación actoral.

La posibilidad de ser actriz se fue porque a Miriam la vida le preparaba otros campos de acción. Las imágenes de jóvenes torturados y los testimonios de los interrogatorios en Chile despertaron en ella una implacable vocación social. Mientras conservaba el taller de costura en su hogar, para dar capas a príncipes azules y alas a sublimes hadas, Miriam empezó a trabajar en la rehabilitación de los menores internos en el Virgilio Guerrero. Fue una experiencia que llenó un vacío, que la hizo crecer, amar más la libertad y buscar con mayor ahínco la justicia. La quijotesca costurera exiliada halló en esa lucha su razón de ser.

Cuando aquel proyecto concluyó, De Ampuero vio en el maltrato a la mujer una nueva tela donde cortar. En el Instituto de Estudios de la Familia, ella y otras mujeres brindaban asesoría jurídica y psicológica a las víctimas del machismo. Sin compartir criterios extremistas, Miriam también fue una de las gestoras del Área de la Mujer de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

Después de tanta lucha por la equidad de género, acaso resulte extraño que Miriam haya optado por llevar el apellido de su esposo, Sergio Ampuero. Pero evitando la mención de alguna pasada contrariedad con su padre, mueve levemente la cabeza y, digna, deja escapar una sonrisa. Todos la reconocen así: Miriam de Ampuero.

Es un apellido que al nombrarlo le recuerda la persecución del régimen pinochetista (un primo de su marido era senador socialista hasta antes del golpe de Estado de 1973), pero que también le suena a compañía insustituible, al amor de aquel hombre cuyos pasos se escuchan suaves en otra habitación del apartamento. “Todo lo que hecho, lo he hecho con Sergio”.

Los ‘pololos’ se conocieron en un baile. A las primeras caricias le siguieron tiempos de distanciamiento, él volvió dos veces al archipiélago de Chiloé (Chile).

Sin saber cómo, y tras varios años, se toparon de frente en una calle de Santiago, se descubrieron vecinos y aún enamorados. El 24 de enero de 1954 se casaron y, ahora, Miriam muestra feliz las fotos de sus bodas de oro. Para su hija, Cristina, la pareja es como dos pajaritos que no pueden estar separados, forman una relación bonita, que, como el vino, mejora con el tiempo.

La hija admira a su madre, su fuerza e inteligencia, y va cada martes y jueves a comer con ella. Sí, con Miriam, quien prefiere no decir el año de su nacimiento, o su edad. Le basta con saberse abuelita de un chico de 22 años y con respetar la caballerosidad de quien evade la pregunta.

Acaso con ello, las líneas de su rostro se difuminan, y su piel adquiere la lozanía de su corazón, de sus ideas, del impulso que le empuja a no aceptar la sociedad tal como está, a decir que por cumplir con ella, no va a abandonar sus principios y su lucha.

Entonces, retorna a mover el pedal de su máquina de coser, el traqueteo la acompaña, más en las tardes, cuando la nostalgia por su Chile intenta anegarla.

“La vida es como uno la quiere”, concluye. Su mirada brilla tras los anteojos y sus labios ensayan una frase, evocan a Antonio Machado, a Joan Manuel Serrat y se queda cantando, cantando como la chicharra :“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar...”.

Por cierto, Miriam de Ampuero es Miriam Osorio González.

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