Uruguayos y hondureños van hoy a las urnas para elegir a sus próximos mandatarios y ratificar o cambiar el destino de sus naciones. Nunca más oportuna la coincidencia de dos procesos para analizar la alta efervescencia política que se vive en América Latina, un continente históricamente postergado que ahora busca su propio camino en medio de contradictorias posiciones ideológicas.
La región camina sobre tres ejes a veces antagónicos: uno es el socialismo moderado, que ha traído éxito y estabilidad a países como Brasil, Chile y Uruguay; otro es el socialismo populista, cuya gestión siempre será objeto de apasionados debates, y otro es la derecha de corte neoliberal que, a su modo, ha tenido éxito macroeconómico en Perú, especialmente.
En Uruguay es probable que hoy triunfe la propuesta de continuidad tras el buen gobierno que hizo Tabaré Vásquez, un militante de izquierda que optó por la línea del socialismo moderado. Sin bien ciertos sectores temen que el nuevo presidente opte por la línea dura del líder venezolano Hugo Chávez, es poco factible que la opinión uruguaya permita un cambio tan brusco.
En Honduras, en cambio, las elecciones ocurren en un contexto sumamente complejo en el cual las posiciones irreconciliables de los líderes Zelaya y Micheletti no permitieron un proceso de verdadera transición democrática. Mientras Zelaya intentó forzar las cosas para perpetuarse en el poder, Micheletti permitió que los militares de su país se excedieran en sus atribuciones constitucionales.
Uruguayos y hondureños tienen hoy la obligación de votar con serenidad y madurez para aportar a la construcción de una América Latina capaz de unirse y progresar sin prejuicios ideológicos mutuos ni vanos conflictos fronterizos.