En el barrio San Andrés, de Charapotó (Manabí), un grupo de hombres se reúne las tardes en una cancha para jugar ecuavoley y así desestresarse del temor generado por el terremoto del 16 de abril. Fotos: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Las secuelas psicológicas del sismo les duró, como máximo, una semana, cuenta José Merchán, un manaba por los cuatros costados que estudia en la Universidad Técnica de Manabí (UTM).
Junto a los panas del barrio y otros que vienen de otros lados a ‘marcar calavera’, el ‘Choro’ no tiene una mejor forma de desestresarse y olvidar esos 40 segundos eternos que vivió junto a su familia el 16 de abril pasado, que jugar ecuavoley.
Sus amigos de la cuadra piensan idéntico. La cuadra es una calle de tierra, sin veredas, donde los amantes de este deporte ‘made’ in Ecuador cuelgan una red entre dos palos de colorado ubicados a ambos lados de la rúa. El barrio: San Andrés, ubicado en el extremo oeste de Charapotó.
Después de no aparecer por la improvisada cancha por miedo a las réplica y por hacer un inventario de lo que nos dejó el terremoto a cada uno de nosotros, decidimos volver a jugar como si no hubiera pasado nada, explica Miguel Machado (Cheo), en un alto de un disputado partido que se jugó ayer, 7 de mayo del 2016 en la polvorosa cancha. Byron Dueñas (Zorro), mientras tanto, corría a recoger la pelota que se dirigía presurosa hasta la vía que une a esta pequeña población con San Clemente.
“Hay que cogerla antes de que llegue al asfalto porque puede pisarla algún vehículo y ahí sí, chao partido”, explica Byron Pinto (Caracha), un flaco y bigotudo voleibolista que las estaba oficiando de árbitro. “Nos ha pasado varias veces”, dice convencido.
De regreso al partido, el ‘Zorro’ mostraba sus habilidades de servidor mientras Luis Alberto Lizardo (Cueco) era el ponedor y Walter Pinto (Guadiolo) volaba como un dron de lado a lado de la cancha.
En la cancha rival Fernando Solórzano (Sarta), Jean Cortés (Loco) y Stalin Mera (Baby) mostraban parecidas habilidades, por lo que el partido era muy disputado y agitaba el ánimo de todos los presentes.
Aquí jugamos, todos los días, de cinco a siete de la noche, explicaba Pablo Zambrano (Oso). “A esa hora llega la luz al pueblo y nos dirigimos a realizar nuestras labores hogareñas”.
Debido a la emergencia y a la crisis económica que pasamos, las apuestas solo son de USD 1 a USD 3 por cabeza, sentencia con resignación Manuel Lizardo (Amigo), quien descansaba sobre una piedra después de perder el partido anterior, “pero en tres quinces”.
Él, como la mayoría de sus compañeros de ‘voly’, trabaja en una camaronera cercana y esta es la única forma de quitarse el estrés de ese duro trabajo y el recuerdo de lo que pasó el 16 de abril, que todavía le “hace soñar feísimo”.