El Quince es un juego tradicional que perdura en Tungurahua

A las 11:00, el timbre anuncia el segundo recreo en el Instituto Tecnológico Bolívar. A esa hora, decenas de jóvenes salen apresurados para practicar el Quince, uno de los juegos tradicionales de Ambato. Consiste en lanzar con la mano una pelota de lana contra una pared.

Aunque no existen registros históricos de su origen, las autoridades del plantel comentan que se lo practica allí desde hace 60 años. Según el rector Raúl Calderón, este juego es parte de la historia y de la identidad del colegio.

“De las conversaciones con los profesores, sacamos la conclusión de que el Quince se juega desde la década de los cuarenta. Esta tradición se transmite de generación en generación”, dice el maestro, que ya lleva 35 años en la entidad.

David Navarrete, estudiante de 15 años, piensa que la falta de espacios recreativos en el colegio hizo que los alumnos inventen el Quince. “En el edificio que está en el centro no hay mucho espacio, pero sí grandes paredes”.

El instituto también tiene instalaciones en Huachi Pato, en el sur de la ciudad. Allí hay 1500 chicos que estudian el Bachillerato. Todos son expertos en el Quince. En las horas de recreo nadie se entretiene con fútbol o básquet. Todos juegan al Quince.

Según Roberto Supe, estudiante de 16 años, se juega en dos equipos. Cada uno puede estar integrado por entre uno y siete participantes. Se necesita una pelota de lana hecha a mano. Su tamaño es menor a 7 cm de diámetro. “Mientras más ajustado está el hilo, la pelota rebota más”.

Además, se requieren dos paredes unidas, que midan más de 2 m, un brazo y una mano fuerte.

Según Juan Aguirre, profesor de cultura física, la pelota de Quince rebota sin importar la superficie de la pared. “Puede ser lisa o irregular, igual se puede jugar”. Estas características permiten que el rebote no sea dirigido, sino que la bola salga expulsada en cualquier dirección.

Darío Pérez, estudiante y aficionado desde los ocho años, cuenta que los partidos se cumplen en tres sets. “El equipo que gane dos contiendas es el triunfador”.

Lo principal, para David Navarrete, quien afirma ser una de las mejores figuras del Quince, es marcar los límites para el juego. En el muro se debe medir desde el piso 75 cm, para marcar con pintura una línea base en la pared. Es un punto malo cuando la bola rebota bajo o sobre la línea.

Para el saque, los jugadores deben estar a 3 m de distancia de la pared. Se bota la pelota al aire y se golpea. Es más tino que fuerza. Esa distancia se respeta solo durante el comienzo del juego.

En el Colegio Bolívar, no solo se juega el Quince en los recreos. Hay partidos durante los fines de semana y en las tardes. Así lo asegura Julio Proaño, nativo de la ‘Tierra de los Tres Juanes’.

A sus 72 años recuerda cuando jugaba el Quince en su juventud. “Teníamos una mano muy fuerte y los brazos se engrosaban. Esto atraía a las chicas”.

El hombre, que ahora vive en las afueras de la ciudad, cuenta que casi nadie jugaba fútbol o básquet. “Aquí solo se jugaba al Quince. Por eso no hay buenos jugadores de fútbol”, bromea.

Proaño no fue alumno en el Bolívar. Sin embargo, aprendió a jugar porque sus amigos estudiaban allí. Ellos le enseñaron. Al igual que él, otras personas empezaron a organizar los partidos en los patios de otras escuelas. De esta forma, el juego se propagó por la ciudad y luego por la provincia de Tungurahua.

Por ejemplo, en la Escuela República del Chimborazo, ubicada en el suroriente de la urbe, a diario 40 niños lo practican. Nelson Paltasaca y Aníbal Sánchez, estudiantes de esta institución, aseguran que lo practican porque es un juego diferente.

En la actualidad, según los registros de la Federación Deportiva Estudiantil de Tungurahua, el Quince se juega en 64 colegios de la provincia.

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