Profesoras, las madres de la educación especial en Santo Domingo y Esmeraldas

En la Escuela Fe y Alegría, las profesoras realizan manualidades para sus alumnos. Foto: Juan Carlos Pérez/EL COMERCIO

En la Escuela Fe y Alegría, las profesoras realizan manualidades para sus alumnos. Foto: Juan Carlos Pérez/EL COMERCIO

En las provincias de Santo Domingo y Esmeraldas, ubicadas en la costa del Ecuador, dos instituciones educativas se encargan de la enseñanza de personas con capacidades especiales.

Las maestras que trabajan en estos planteles fiscomisionales tienen la tarea de guiarlos, estimularlos y prepararlos para desempeñarse en la sociedad.

Según el Consejo Nacional de Igualdad de Discapacidades (Conadis), en Santo Domingo hay 9 637 personas con discapacidad. Mientras que en Esmeraldas existen 12 662.

La presidenta de la Asociación para no videntes Luz y Sombra, Sofía Herrera, señala que las maestras que trabajan con niños con capacidades especiales son las encargadas no solo de generar conocimientos para el niño. También, son las responsables de impartir confianza, valores y autoestima en los estudiantes.

“He conocido profesoras que se entregan totalmente a los niños. Son sus segundas madres. Los enseñan a ir al baño y a pronunciar palabras. Son como ángeles para ellos”, aseguró.

La jornada de trabajo es de ocho horas para estas esforzadas profesoras. Sin embargo, muchas de ellas están ideando estrategias pedagógicas para enseñarles a sus alumnos. Dividen su tiempo entre las funciones de madres y esposas con el de profesoras.

Fátima Corozo es la protectora de ocho niños

Cuando habla de sus alumnos se apasiona. Es psicóloga terapeuta en la Unidad Educativa Juan Pablo II, en Esmeraldas. Ahí atiende a ocho niños con síndrome de Down y discapacidad intelectual.

En la unidad se educan a 170 niños con capacidades especiales, que son atendidos por 21 maestros, 18 de ellos son mujeres, como el caso de Corozo.

Trabaja con el grupo desde hace tres años y se ha convertido en el mayor sostén para los pequeños, por la confianza que le inspira, dice Fernando Rojas, director de la unidad.

Los pequeños son muy hiperactivos, nunca están tranquilos, lo que le hizo desarrollar más la paciencia, señala. De semblante firme, Corozo asegura que ser madre de dos niños le ha permitido atender y entender las inquietudes de sus estudiantes.

En su último año como pasante, mientras terminaba sus estudios en la Universidad Católica-Esmeraldas, comprendió en lo que se quería especializar. “Miré cómo venían los padres en busca de ayuda y supe que estaba en la línea correcta”, manifestó.

Para ella, sus alumnos son personas muy tiernas. Siempre irradian cariño, afirmó. La maestra de 37 años inicia su jornada desde las 07:00. Atiende en casa a sus niños, mientras revisa el manual de las actividades que hará con los chicos.

Los alumnos reciben el cuidado que da a sus hijos

La maestra Susana Gavilanes trabaja desde hace tres años en el Colegio Fe y Alegría en Santo Domingo de los Tsáchilas. Ella tiene un grupo de 18 estudiantes. Dos de ellos tienen discapacidad intelectual. La estrategia que utiliza es tratarlos igual que a los demás.

“Esos métodos se aprenden en el día a día, pero la verdadera experiencia la da ser madres porque percibimos las alegrías y tristezas más fácil”, aseguró.

La docente tiene dos hijos de 1 y 14 años. Ellos fueron su motivación para que estudiara parvularia. Ella recuerda que vincularse a la enseñanza para personas con capacidades diferentes no fue fácil. Gavilanes asegura que sus compañeros de trabajo no creían que iba a durar más de una semana.

Las primeras clases las impartió hace seis años en la misma institución en la que labora actualmente. Hace tres años volvieron a llamarla y sin pensarlo renunció a su trabajo y regresó con sus alumnos.

Uno de los niños a los que dio clases todavía se comunica con ella por Facebook. “Me emociona que no me olvide”. Para ella la mejor recompensa es que los niños aprendan a escribir sus nombres o la saluden como si fueran sus hijos.  

Elda Nevárez regresó de Italia para enseñar

La docente decidió volver a Ecuador para emprender lo que para ella es la mejor labor que ha realizado: enseñar a alumnos con capacidades diferentes. Ella asegura que la clave está en motivar a los niños. “Los felicito por cumplir con la tarea. Trato de que siempre se sientan queridos y aceptados”.

Nevárez  asegura que incluso cuando está con sus hijos piensa en los pequeños. “Cuando planifico, debo estar segura que mis niños con discapacidad intelectual podrán realizar el trabajo que organizo”.

Una de sus preocupaciones cuando se ausenta del aula es que los infantes corran algún peligro. “Una vez estuve enferma y me internaron en el hospital. Pero ellos no salían de mi cabeza. A veces se escapan del aula y pueden tener accidentes”.

La experiencia de ser profesora de chicos con capacidades especiales le ha permitido mejorar como persona. Valora más a su familia y tiene más paciencia con sus dos hijos. “Convivir con mis alumnos me ayudó a ser agradecida”.

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