‘Aquí no se vive, se sobrevive”. Cristina Triviño suspira luego de dictar sentencia de su realidad y la de sus vecinos de Ciudad de Dios, un asentamiento ubicado al noroeste de Guayaquil. Allí no existe energía eléctrica ni agua potable ni alcantarillado ni veredas ni calles, peor buses.
Las 16 000 familias que residen en ese lugar tienen más en común de lo que se puede percibir en su escasez. La mayoría vive en casas de caña, covachas a las que los temblores amenazan, piso de tierra dentro de las viviendas y necesidades tan extremas como alcanzar, de milagro, dos comidas al día.
Menos de USD 88 al mes
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), se considera que una persona puede definirse como pobre cuando tiene un ingreso familiar per cápita menor a USD 87,57 mensuales, y pobre extremo si percibe menos de USD 49,35. Este último es el caso de muchas familias de Ciudad de Dios.
“La carne del pobre es la lenteja”, cuenta sobre lo difícil que es alimentarse bien aquí María García López, una líder de la cooperativa La Carolina. En su casa se vive con un promedio de USD 2,5 al día.
Y la situación empeora. Cada familia gasta, con esfuerzo sobrehumano, cerca de USD 60 al mes en consumo de agua potable que se compra en tanqueros, describe el gestor comunitario Luis Rivera.
Él ha coordinado junto con el Observatorio Ciudadano de Servicios Públicos este y otros temas que atañen al derecho a la vivienda y transporte público, que no existe allá, y que obliga a los habitantes a cancelar USD 1 para moverse en motocicleta.
En Ciudad de Dios, además, está prohibido enfermarse. El centro de salud más cercano está a siete minutos en moto, pero puede tardar 60 minutos hasta que pase una. Además, lamenta Tarcila Minda, otra dirigente, cuando uno llega, no encuentra ni paracetamol. Y en el hospital, que está a 30 minutos, tampoco hay lo básico.
Este Diario preguntó al Cabildo guayaquileño qué programas tiene activos en sectores rurales y marginales, además de cuál es la cobertura actual de agua potable y alcantarillado en las zonas rurales y marginales de Guayaquil y qué proyectos de mejora de infraestructura están en agenda en estos sectores, pero no hubo respuesta hasta el cierre de esta edición.
Realidad multidimensional
La pobreza y pobreza extrema dejan una huella que se siente en el Ecuador. En junio de este año, según el INEC, poco más de un tercio de la población (35,7%) se encontraba en una de estas dos categorías, en cinco tipos de hogares: nuclear, ampliado, compuesto, unipersonal y corresidente (con dos o más integrantes sin parentesco con el jefe del hogar).
La pandemia del covid-19 generó un efecto en la composición de quienes viven con ingresos mínimos. Hace tres años, 35 de cada 100 ecuatorianos vivían en estas condiciones, uno menos que en el 2022, pero la cifra cambia por completo en la ruralidad.
En 2019, el 62% de la gente en las zonas rurales vivían en pobreza o pobreza extrema. Tres años más tarde, la cifra subió al 66%.
El pobre se enfrenta a la falta de servicios básicos, en Quito
Vivir sin agua potable o energía eléctrica es una realidad para miles de familias en la capital de la República. Entre las polvosas calles y el anhelo de ser una ciudad moderna, es fácil olvidar que mucha gente en la ruralidad no tiene acceso a los servicios básicos.
En un perímetro rural del sur capitalino se ubica la Asociación de Emprendedores El Porvenir, donde viven más de 200 familias. Este barrio está en el límite con el cantón Mejía. Su población es mayoritariamente de migrantes del campo de la Sierra central que llegaron desde el 2008.
Allí vive María Teresa Cóndor junto con su esposo, su hija menor y su suegra, quien padece alzhéimer. Se dedican principalmente a la agricultura y la venta de animales. Las ganancias que genera cada semana varían entre USD 20 y USD 40, poniéndola en el segmento de la pobreza.
Ella tiene 55 años y siete hijos; seis de ellos ya se han independizado. Los tres mayores no terminaron la escuela y los otros tres acabaron el colegio trabajando por su cuenta. Desde que se inició la pandemia del covid-19, recibe el bono de USD 50 que utiliza para mandar a estudiar a la única hija a una escuela fiscal.
No se trata de un caso aislado. De acuerdo con las cifras del Ministerio de Educación, la tasa de abandono escolar en las zonas rurales de Pichincha es del 0,78%; en la ruralidad nacional alcanza 1,58%. La necesidad de llevar un pan a casa influye en esta realidad.
En las zonas rurales, la pobreza también es una limitante para el acceso a los servicios básicos. Irina Moncayo, sEn las zonas rurales, la pobreza también es una limitante para el acceso a los servicios básicos. Irina Moncayo, subgerenta de Preinversiones de la Empresa Pública Metropolitana de Alcantarillado, Agua Potable y Saneamiento (Epmaaps), explica que hay asentamientos en los alrededores del Quito urbano que están en áreas de “difícil acceso”. Al estar fuera de las cotas de abastecimiento, no cumplen con la regularización de los barrios y es casi imposible acceder al servicio. Así, ellos deben aprender a vivir con tanqueros o canales improvisados para calmar el hambre con un poco de agua.