El tropel de los caballos sobre el polvoriento y pedregoso lecho del río Playas no se escucha desde hace cuatro meses. En el valle lojano de Casanga (cantón Paltas) era común utilizar este río como camino porque siempre estaba seco.
Ahora el agua llega hasta las rodillas y el trayecto del afluente está rodeado de una frondosa vegetación de faiques, algarrobos y ceibos. Este paisaje es poco familiar para las 23 familias de la comunidad de Ashimingo.Allí abundan las historias de penurias ocasionadas por la sequía. Por eso, José Ramírez, de 54 años, no duda que las lluvias de este año son “una bendición”. No deja de remover el maíz desgranado y expuesto al sol. Su esposa, Lupe Pangay, de 50 años, lo ayuda.
Los 20 quintales son la primera cosecha del año de esta pareja que vive sola en una pequeña casa de ladrillo y teja, a un costado de la vía que conduce a Macará.
Con su venta quieren obtener USD 200 y esperan que salga la cosecha de dos hectáreas de maíz. Será en tres semanas. “Hace cuatro meses ni la maleza pegaba en ese terreno”, dice Pangay.
La sequía es común para los moradores de Ashimingo y de otros 15 poblados de Paltas, como Zapotepamba, Yamana, La Cordillera, San Antonio, Casanga, El Limón, Sabanilla, El Naranjo. En total son 460 familias.
“En ese cantón, la falta de lluvias se acentuó desde los años 70”, dice Pangay. Por eso, en los 10 kilómetros del río Playas construyeron 110 pozos someros. Los campesinos pasaban todo el tiempo buscando agua para su consumo y para regar sus cultivos.
Ahora es diferente. Con las lluvias, que empezaron en febrero, Ramírez cree que cosechará 300 quintales de maíz. En los años de sequía solo aseguraba unos 20.
Ramírez calcula una ganancia de USD 3 000 por la venta de su maíz. Con ese dinero se mantendrá el resto del año y comprará semillas para la próxima siembra.
Lo que le preocupa es la emigración de los jóvenes. En las 16 comunidades hay 1 937 habitantes. De la familia de Ramírez emigraron 10 personas a España y EE.UU. desde el 2001. Por eso falta mano de obra.
Las pocas personas que ofrecen su trabajo ganan de USD 8 a 10 el día, más la alimentación. Y la contratación se efectúa con varias semanas de anticipación. Ramírez ya aseguró la presencia de cuatro personas para la cosecha.
Según Bolívar Vidal, de 43 años, en el valle de Casanga quedan pocos jóvenes para trabajar. Faltan tres semanas para la cosecha en su finca de Sabanilla, ya contrató a 10 personas. Una de ellas trabaja siempre y está ocupada en las primeras cosechas. Les pagará USD 10 al día.
Al cultivo de maíz se suma el de maní. Al menos 247 campesinos se organizaron en la Asociación de Productores de Maní y hace siete años crearon la planta para procesar la leguminosa.
“Por la sequía, la producción bajó a 25 quintales de 40 por cada productor”, dice Wilmer Santos, presidente de la asociación. La planta cerró sus puertas hace más de dos años. Ahora, Santos está contento porque las lluvias regresaron para cultivar maní.
Para que las lluvias sigan, los campesinos recurren a la fe. Los moradores de El Naranjo y El Limón intercambian santos. Están convencidos porque la procesión de Taita Chabaco y del Señor del Cautivo, del 28 de abril, les sirvió para que continuaran las lluvias. A la procesión acudieron 300 personas. Los esposos Ramírez y Pangay no faltaron. Según ella, desde el 12 de abril dejó de llover y en dos semanas se empezó a secar la chacra. “Les imploramos a los santos en esa procesión y llovió del 29 de abril al 4 de mayo. Eso salvó las siembras”.