Los puestos de trabajo en las cajoneras de madera lucen vacíos. Algunos operarios prefirieron renunciar y otros fueron despedidos. Es una imagen repetitiva en los talleres de los orfebres de la capital azuaya.
En el centro de la urbe, las joyerías funcionan con normalidad, pero cada vez hay menos talleres. Uno de estos sobrevive en el centro comercial Gran Pasaje. Allí, Juan Orden labora solo desde abril, pero mantiene sus cuatro cajones, que están empolvados.
Orden deja de pulsar el fuelle con el que suelda unos aretes y se lamenta porque sus ventas bajaron en un 50% en el último año. Por ello, tuvo que prescindir de sus tres operarios.
También pesaron, dice, las exigencias del Gobierno de pagar un sueldo básico y beneficios de Ley a los aprendices. Antes, ellos ganaban según su experiencia o había un acuerdo mutuo en el que se consideraba un ingreso y la enseñanza. “Ahora no hay ganancias para pagar a los empleados”.
De acuerdo con un estudio del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (Cidap) realizado por la Universidad de Cuenca, el estado del sector joyero es crítico.
Para el director del Cidap, Juan Pablo Serrano, los principales problemas son la falta de fondos para invertir en los talleres, la poca innovación, la disminución de ventas por el ingreso de joyas de otros países y la reducción de orfebres.
Orden coincide con esa tesis. Según él, en el 2013 se cerraron por lo menos ocho talleres. En el gremio artesanal de joyeros quedan 50 de los 5 000 socios que había en los noventa.
A dos cuadras de la Catedral de la Inmaculada está la joyería Aurum. Su propietario José Galarza está preocupado por las condiciones del sector. Es la tercera generación de joyeros de su familia y desde hace 26 años está al frente del negocio.
[[OBJECT]]Él afirma que hay comerciantes que no pagan impuestos y “nos están llevando a la quiebra. Son joyas importadas que les colocan etiquetas como si fueran fabricadas en Azuay”.
Según Galarza, hace cuatro años que el gremio de joyeros y la Universidad del Azuay ofertaron la carrera de joyería, pero no hubo interesados, “porque las ganancias son mínimas”.
Para revertir ese escenario, Miguel Cajamarca optó por la innovación. Él tiene su taller y joyería en las calles Córdova y Borrero. “Mis compañeros prefieren ser taxistas, guardias o cambiar de negocio”.
Sus ventas bajaron y por eso solo contrata operarios por épocas, según la demanda. Pero encontró un nicho en el extranjero. Convirtió su taller en un destino turístico, para que los visitantes miren el proceso. Hace trabajos en filigrana (tejido de hilos de oro y plata), con mayor acogida fuera del país.
Cerca de su taller está La Casa de la Mujer, de José Vélez, quien trabaja solo, porque no tiene dinero para pagar a un operario. Para él, es importante que el Gobierno invierta en tecnología y que ayude a los artesanos. Su vecino, el joyero Fabián Calderón, prefirió innovar para no cerrar su negocio. Él ofrece nuevos productos.
Con semillas, conchas, corales y madera hace dijes, anillos, aretes… de menor valor que los de oro, pero de mayor demanda. Cuestan entre USD 10 y 50. “Con eso puedo sobrevivir”.
Punto de vista
‘La innovación es necesaria’
Salvador Castro. Profesor de la Universidad del Azuay
La crisis de la joyería en Cuenca obedece a diversos factores. Por la inseguridad, las personas tienen temor de usar joyas de oro y, por ende, no las compran. Los artesanos no ofrecen nuevas opciones, lo que provoca que los modelos que hacen ya no sean aceptados. Por ello es prioritaria una innovación y capacitación permanente. También es vital que la academia cree una escuela para estudiar joyería. Hace más de tres años, el gremio de joyeros buscó la forma de ofertar una carrera a sus artesanos, pero las normas no estaban claras. Es necesario corregir y apuntar a formar a la gente no solo en la elaboración del producto, sino en cuanto a la comercialización y al diseño. También es prioritario regular el ingreso de joyas de calidad.