Antes de atravesar las grandes grietas que hay en la vía Girón-Pasaje, Manuel Mendieta Durán, de 51 años, se persigna. Ayer madrugó a la zona de Puenteloma para mirar lo que quedó de su casa.
No le importó que siguiera el deslizamiento de la tierra en esta zona del cantón azuayo de Santa Isabel. Mendieta recuerda cómo empezó. El sábado pasado, mientras cosechaba yuca y maíz de su propiedad, se percató que en la parte alta de la montaña empezó a desprenderse la tierra. Pero no imaginó la magnitud que tomó y que perdería su vivienda.
Son 50 hectáreas de terrenos afectadas por esta falla geológica que ocasionó el desprendimiento de 12 millones de m³ de tierra y hundimientos de hasta 30 metros de profundidad. Además, 760 metros de la vía principal, que comunica Azuay con El Oro, quedaron destruidos.
El martes, el deslizamiento de tierra estaba cerca de su casa edificada hace seis meses. Desde entonces no duerme. Con su esposa se amanecieron escuchando el ruido de los árboles que se caían.
Mendieta pidió ayuda urgente a familiares y amigos de la zona para evacuar las pertenencias. Rescató hasta las planchas de zinc de la vivienda de bloque, que tiene grandes fisuras en las paredes y el piso. Y salvó la vida de sus cuatro hijos y de su esposa.
Ante la falta de un albergue, su amiga Uvaldina Segovia les dio un cuarto en su hogar. Con Mendieta, salieron 70 personas, cuyas viviendas quedaron literalmente aplastadas entre la tierra y las piedras. Ellos duermen en casas de familiares y amigos.
La noche del miércoles pasado salieron otras cuatro familias de la comunidad aledaña de Chaguarpamba. A ese sector se extendió el fenómeno natural. El Ejército les obligó a evacuar, tras la alerta de que la tierra sigue en movimiento y que sus vidas corrían peligro.
17 personas salieron de Chaguarpamba. Ellos están en un albergue que se abrió en el salón principal del Cuerpo de Bomberos de la parroquia La Unión, a 10 kilómetros de la zona afectada.
La noche del miércoles, una parte de la casa de Julia Saca, de 50 años, quedó bajo tierra. Ayer preparaba una sopa de fideo para los evacuados. Saca, en un inicio, se resistía a abandonar la zona. “Entendía el peligro, pero no teníamos dónde ir, por eso no salía”, dijo casi llorando esta madre de cuatro hijos. Su esposo, Víctor Armijos, es discapacitado.
En el mismo albergue está su cuñada, Corina Armijos y su sobrina Narcisa Armijos. “La cocina, la ropa y algunos trastes los sacaron los militares, porque ella no pudo hacerlo por la tristeza que siente”, recuerda Saca. Esas fueron las únicas pertenencias que llevó al albergue.
Hasta el mediodía de ayer no llegaba la ayuda del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). Técnicos de la Subsecretaría del Austro levantaban información social de las familias para canalizar la ayuda, señaló Fanny Peralta, del MIES-INFA.
En el reducido patio del improvisado albergue, Enma Armijos, de 35 años y seis meses de embarazo, lavaba la ropa de sus dos hijos. “Dejar nuestras casas y perderlo todo de un rato a otro es duro”. Ella vivía de la agricultura.
Manuel Mendieta también estaba preocupado. Él perdió tres hectáreas de yuca, cebolla y maíz. Por eso, desde que abandonó su casa no ha dejado de visitar su propiedad de 18 hectáreas.
Desea recuperar parte de la cosecha, pero nadie quiere acompañarle y eso le angustia. En su propiedad, tres pequeños reservorios privados colapsaron.
Según el informe inicial, la antitécnica construcción de los tanques en la zona es una de las causas de este fenómeno geológico.
El martes, la Junta de Regantes de Santa Isabel cerró el ducto que lleva el agua de riego a la zona para evitar que la filtración acelere más el movimiento de la tierra.
Pero esa decisión afecta a otras personas como Miguel Dávila, quien tiene su propiedad en la parte baja. “Queremos que nos den una solución porque estamos perdiendo nuestros cultivos”. En la zona también se suspendió el suministro de energía eléctrica.
Ayer, pasadas las 09:00, llegaron cuatro militares para impedir el ingreso de los habitantes y curiosos a la zona del desastre. No obstante, los habitantes se daban formas para llegar a sus viviendas, como Mendieta.
El paso vehicular se realiza por dos vías alternas. El liviano por la Puenteloma-Tugula y el pesado por la Puenteloma-Minas de Huascachaca. En esta última, la maquinaria del Ministerio de Transporte, de la Prefectura del Azuay y del Municipio de Santa Isabel hacía el adecentamiento.