En el parque Calderón de Cuenca, un padre y sus dos hijos jugaban con un trompo el fin de semana. A pocos metros, tres niños -que bordean los 10 años- se concentraban en una partida de canicas.
Esta imagen demuestra que aunque los locales comerciales, y la televisión, ofertan Barbie, tanques de guerra a control remoto y pistas de carros con autolavado incluido, los juegos tradicionales como yoyós, baleros, trompos y muñecas de trapo, aún tienen acogida en la capital azuaya.
Sonia Cardoso es madre de tres niños. En su casa, en el norte de la urbe, tiene un cuarto de 10 m² donde hay bloques de madera, rompecabezas en espuma flex, títeres hechos con tela, pelotas de caucho, entre otras atracciones.
Para esta cuencana, es más didáctico que sus hijos utilicen los juegos pedagógicos alternativos porque incentiva a la imaginación. Mientras que con los otros, los infantes no trabajan la parte imaginativa, señala Cardoso.
Para Andrea Tamayo, especialista en pedagogía, los padres deben incentivar el uso de los juguetes tradicionales porque impulsan el desarrollo motriz de los niños. Además, como usan colores, figuras geométricas y números, los infantes se vuelven más aptos para el aprendizaje.
Por ejemplo, el dominó, dice Tamayo, enseña a sumar y restar. Igualmente, los cubos, los rectángulos y los cilindros enseñan al niño las figuras geométricas. El trompo, el balero, las pelotas y las canicas ayudan al desarrollo motriz, señala Tamayo.
Sonia Cardoso agrega que de acuerdo con su experiencia, los juguetes tradicionales motivan a sus hijos a compartir y a jugar en equipo. Es decir, se prestan, forman grupos e imaginan en conjunto. Mientras que con los juegos de video, por ejemplo, los niños juegan solos o contra la computadora. Eso lleva al individualismo.
Según Cardoso, es cierto que los dispositivos electrónicos y Barbies están de moda y los niños piden estos juguetes. Sin embargo, entre los seis y 11 años, los infantes disfrutan de jugar con sus amigos en espacios abiertos.
Daniela Andrade tiene una hija de siete años. La lleva al parque tres veces a la semana para que se distraiga. Allí, junto con otras niñas de la zona juegan al hula hula (un aro que gira alrededor de la cintura) o con los baleros.
Para Andrade, esta actividad es mejor a que vea televisión o a “jugar con muñecas importadas que no reflejan su identidad”.
“El mercado de los juguetes tradicionales no tiene el presupuesto para publicitarse como lo hacen las multinacionales que producen juguetes”, dice Tamayo. Agrega que “sin embargo, se mantienen por la tradición y la relación de los padres con sus hijos”.
El dominó, el ajedrez y los trompos reflejan esa cercanía entre las diferentes generaciones, señala Tamayo. “Quizá es una razón por la que en Cuenca aún se disfruta de los juguetes tradicionales”.