El cronista se plantea una hipótesis, pero la realidad siempre se revela en insólitos rostros. Eso ocurrió en una reciente reportería en Yanamarum, alejada aldea quichua de Sucumbíos, que presta las chacras a decenas de refugiados de Colombia siempre y cuando las cultiven en paz.
Dejar la casa siete, ocho o más días sí pesa. En la frontera amazónica nororiental, la cobertura periodística demanda una rigurosa planificación. Por ello, buscamos la asesoría de los militares del Grupo de Fuerzas Especiales 53 Rayo, en Lago Agrio, uno de los más preparados.
Dijeron que no captáramos fotos de los jóvenes de pantalón negro y cabeza rapada, que en lancha no demoremos más de seis horas en el río, el celular es vital, al igual que el agua y la comida. A la gente de la frontera no le gusta hablar. Tiene temor. Por eso hay que acercarse con respeto para compartir sus vivencias.
Libretas, plumas, botas y buenas piernas son imprescindibles para percibir colores, sabores, rasgos de los pobladores y de sus aldeas, datos del clima, horas, muchos detalles.
Y ante todo, una actitud positiva, comprendiendo que el riesgo siempre acecha. Porque esta selva, cruzada por el correntoso San Miguel, limita con el frente 48 de las FARC.
Reportear con ojos de niño, sensibles y listos para sorprenderse de todo, es una destreza adquirida en años de recorrer el país y acompañar a la gente en sus proyectos de vida, sueños y desesperanzas.
Los pueblos asentados frente al Putumayo colombiano no son la excepción. Su existencia es de contrastes: familias separadas en las orillas opuestas, el peso y el dólar circulan por igual en Puerto Nuevo, a 3 horas de Nueva Loja, Sucumbíos.
Los guerrilleros surcan el río en veloces lanchas. O pasan a los pueblos, sin armas y de paisano, a comprar vituallas. Nuestros soldados han aumentado las patrullas.
Sensibilidad y reportería son dos ejes para que las palabras cumplan su hechizo: conmover y emocionar al lector cuando vea otro país, escrito con un lenguaje claro, descriptivo y con muchos datos y testimonios.